jueves, 31 de octubre de 2013

34B Pt4 (Final)

-¿Me comes otra vez?- me dice sin pudor, ese barco zarpó hace unas horas.
Me hundo entre su regazo y escucho las erupciones atropelladas de un volcán de inminente peligro. Así permanecí alrededor de unos 10 minutos, bañado en las olas venéreas de una mujer cuarentona en celo. No me arrepiento.
 Toma de mis cabellos rizados y tira de ellos apartando mis labios de su sexo.
-¡Ahora bésame!- casi arranca mi cabeza de un impulso y entierra mi cara en la suya, nuestras lenguas graban sus rastros, serpentean por nuestros cuellos, regresan a nuestras bocas, siguen surcando en zigzag, en sinuosidades caprichosas, arrastran la saliva que se seca y colorea nuestra piel de matices impúdicos.  -¿Seguimos en el cuarto?- balbucea entre dientes, me muerde la parte inferior de mis labios. Sabe que me encanta. Me encanta.
-No- desaparezco los tirantes de su vestido negro, sus hombros saben a vainilla.
-Hueles rico- pendejazo.
-Gracias- súbitamente todo se vuelve incomodo otra vez, hay una voz en mi cabeza que me grita que esto está mal. Debería irme pero la palma de su mano acaricia mi entrepierna sobre el pantalón. No debo irme. No así. No ahora.
Separa su cuerpo del mío y sé cuál será su siguiente movida.
-¿Me deseas?- su mirada es penetrante, obscena.
-Si- le respondo tranquilo.
 Se desnuda frente a mí, sus pechos son perfectos.
-¡No mames!- parece veinteañera, incluso jailbait.
-¿Te gusta?- Maldita puta, sabe que sí.
La beso como nunca besé antes, la toco como si no hubiera mañana. Amarro mis manos alrededor de su cintura y la junto a mi cuerpo, puedo sentir lo duro de sus pezones contra mi pecho, inclusive puedo sentir la humedad que proviene de sus muslos.
La empujo hacia la pared con mi cuerpo, la toco más y más, mis manos repasan su cuerpo de pies a cabeza. Me susurra que está lista, yo también pero no quiero parar de manosearla. Cada roce con su piel me hace sentir más vivo. Le muerdo los pezones y la espalda. Le beso el vientre plano como vereda, fruto maduro de un pecado añejado. Diosa de diosas. Musa de musas. Fuego de fuegos.
No hay nadie más para mí en este momento. No hay nada más que su desnudez y su entrega. Me habla con obscenidades y me muerde el lóbulo de mi oreja izquierda. Me gime con la voz entrecortada. El sudor resbala por su cuerpo desnudo. Se mezcla con el mío. El ambiente se torna denso y los jadeos se convierten en deseos espesos, en aullidos sexuales.
Me detengo para contemplarla, es una escultura en carne viva.
-¿Por qué paras?- me reclama borracha de lujuria.
Me desnudo frente a ella. Me acuesto a su lado y le beso mucho más. Toma de mi espalda y sus uñas desgarran mi piel, me excita más cada que lo hace.  -¿Traes un condón?-
Puta madre. Sabía que se me olvidaría algo. ¿Recuerdan el checklist? Exacto.
-No- le digo casi casi con miedo.
-No importa, hazme tuya- su respiración es fuerte y vehemente.
-Ok- que putas dice a eso.
Introduje mi sexo en el de ella, un temblor adornado con un chillido me dio la bienvenida a sus adentros.
Su monte de venus golpeteaba contra mi vientre. Se escuchaba un chapoteo entre nuestros cuerpos,  es esa fricción carnal, esa bendita fricción que nos envolvía en un manto mojado y tibio.
Después de un tiempo del vaivén de nuestras caderas me empuja hacia el otro lado de la alfombra, se dobla frente a mí y me ofrece su boca como caverna amatoria. Su enjundia es enervante, me toma unos minutos el entender que no es un sueño. Sus ojos miran los míos, pausa en momentos para sonreírme y seguir escupiendo obscenidades.
-Ven- me toma de las manos y se voltea. –Ahora así- se inclina hacia el frente y me deja ver las curvas de su trasero.
No puedo evitar el impulso de besarlas y pasar mi lengua por todo su contorno.
-Ya- su excitación es obvia, refrescante, excitante.
Arremeto contra su trasero y desde aquí la vista es hermosa. Mórbida pero hermosa.
El estremecimiento es tal que un eco nos cerca. Nos confina en un mundo donde somos perfectos, un mundo en el cuál el pecado es alabado, un mundo en el que se honra al semen.
Pasa un poco menos de media hora y una presión se adueña de mi sexo. Ella lo nota, no sé como pero lo nota. Me empuja al momento.
Los rastros de mi virilidad se dispersan por su trasero. Ella gime aún más fuerte, de manera violenta podría describir.
-¡Wow!- se voltea boca arriba y se acaricia los pechos. –Mucho mejor- suspira y esconde sus pechos y su sexo con una sábana que se encontraba por ahí.
-Lo sé- mi cuerpo sigue goteando sudor en dicha sábana. Me acuesto a su lado y la beso.
Me regresa él beso y añade uno más en la frente.
-¿Quieres una copa de tinto o ya te vas?- sus palabras son firmes.
-Mmm…- ahora sí no sé qué contestar a eso. –¿Me puedo quedar aquí?- pregunto en dudas.
-¡Claro!- ríe mientras lo dice. –No pasa nada-
-Tinto entonces- ya me siento más relajado.
-Me meteré a bañar, siéntete en casa- una frase que está demás si me preguntan. Me sirve en la copa de color negro, ya no me molesta tanto.
-Ok- bebo un poco de vino.
Mientras el agua corre en su regadera, visito ciertas partes de su casa. La sala me dice que no está divorciada y que no tiene hijos.
Las miradas en los ojos de su esposo y en los de ella son como espinas en mi cabeza. Hoy ya no es “hoy”. Se convirtió en un “hubiera”, en un “ojalá”. Adiós sentimientos, adiós futuro.
Un río de agua helada sube por mi espina dorsal.
Ya no importa; ya lo hecho, hecho está. Me siento como mierda como quiera.
Irrumpo en su baño para meterme a bañar con ella.
-¡Hola extraño!- su sonrisa ya no es igual.
-Hola- no hay sentimiento en la mía.
Nos bañamos, nos queremos, nos besamos, nos abrazamos bajo el agua caliente que vierte desde el cielo del cuarto.
Somos cómplices, somos pecadores. Aunque si lo pensamos bien y, bajo una doctrina cristiana, todos nacemos pecadores hasta, imposiblemente, probar lo contrario.
No existen las casualidades pero las causalidades están a la vuelta de la esquina. Si no vas a ellas, ellas vienen a ti. Así de culera es la vida.
Aunque debo admitir que fue la mejor revolcada que he tenido.
-¿Sabes qué? Mejor me voy, tengo que hacer algo mañana- le digo apenas saliendo de la regadera.
-Ok ¿seguro? No hay problema- me responde de manera dulce.
-Si- me visto y la beso.
Me abre la puerta y me manda un beso. El último.
A veces paso por su consultorio y me dan ganas de entrar y hacerla mía de nuevo. Besar ese escote etiquetado de un 34B y olvidarme de las causalidades de la vida que, como dice José Alfredo: NO VALE PINCHES NADA.
Parafraseo eh.

viernes, 25 de octubre de 2013

34B Pt3

Anoté su dirección en un recibo del Súper Siete y me vestí como pude, recuerdo que mi cama ya estaba cálida y mi cobija de las tortugas ninja me decía adiós de manera triste.
Antes de salir de mi casa hice un checklist de las cosas que debe uno llevar siempre que dispone salir del nido. Soy un tanto paranoico de que me falté algo que pueda necesitar.
Celular, listo. Cartera, listo. Llaves, listo. Verga, lista. No era necesario hacer checklist en esa ocasión pero estaba modorro y medio pedo aún.
Tomé un taxi  y le especifique mi destino. Me temblaban las manos de los nervios, me sentía estúpido.
Llegamos y le pagué con uno de doscientos, ochenta de feria; chinga tu madre tarifa nocturna.
El barrio se veía muy arribista, las banquetas estaban limpias, casi no parecía Monterrey. No al que estoy acostumbrado.
-No vayas a tocar, mejor whatsappeame- me dijo cuando hablamos por teléfono. ¿Whatsappeame? ¿Neta? ¿Es en serio? Bueno, ya que.
La “whatsappeé” y me respondió con una carita feliz. Hubiera dado lo mismo que me respondiera con el emoticón de la caquita, de igual manera le iba a hacer el amor.
Salió a abrir la reja en un vestido negro, la formalidad estaba de nuevo en la mesa aún y después del fiasco conjugativo del verbo “whatsappear”.
 (Whatsappear: acción de mandar un mensaje inmediato a través de una aplicación llamada Whatsapp, disponible sólo para aparatos electrónicos modernos y con auxilio de una conectividad activa a una red de internet).
-¿Quieres una copa de vino?- me dijo sonriente.
-Por supuesto- obvio que quería seguir bebiendo, me gusta beber antes de tener sexo.
Me sirvió tinto en una copa color negro. Me pareció de mal gusto y teniendo en cuenta su estatus socio-económico, simplemente es burda la concepción de tomar tinto en semejante copa. ¿A dónde fueres… verdad?
-¿Me sirves más?- el silencio entre los dos era más incómodo que un domingo en casa de mis abuelos. Y eso es decir demasiado. Mis abuelos están muertos.
-Se me olvidaba que eres medio alcohólico-
-Se me olvidaba que eres mi psiquiatra- en ese momento me doy cuenta que esto está mal.
(¿Qué va a tomar el joven el día de hoy? Lo de siempre, malas decisiones. Fuck me, right?)
-¿Qué hacías antes de que te llamara?- platica banal, mi segunda especialidad; la primera es el sexo oral.
-Estaba escribiendo- huele a mentiras.
-¿Qué escribías?- se inclina hacia adelante lo cual quiere decir que realmente está interesada.
-Mmm… una novela erótica- casi ni se nota que me sonrojo.
-¿En serio? ¿Otra?- siento que estamos casados, hay tanta familiaridad.
-Sí- bebo rápido, no quiero que me pregunte más.
-¿Estaba yo ahí?- desbordan mares de egocentrismo de su boca. Eso no quiere decir que tenga razón, pero no la tiene.
-No, sólo entes semi-deformes, abstractos… masas de piel realmente. Y una araña gigante que nos miraba, no sé porque- me sirvo una copa más.
-¡Interesante! Freud dice que las arañas en los sueños son la interpretación de un miedo a la vagina ¿si sabías o no?-
-Pues siempre las he tratado bien, conozco su topografía bien. Como besarlas-
-Compruébamelo- sube la parte inferior de su vestido hasta sus caderas. No viste ropa interior. Cito: “no la necesita”.
El sabor a vino se desvanece de mi paladar, un sabor agridulce asalta mis papilas gustativas. Me gusta. No me siento culpable ya.
Me toma de los cabellos, denigra a los dioses. Algo estoy haciendo bien. Dicen que las personas son honestas después de un buen orgasmo o cuando están borrachas. Me imagino que una versión donde ambas variantes toman juego, la honestidad es brutal. Su altanería me excita más de lo que debiere. Ya es mía y yo soy suyo.
Bien decía mamá: las psicólogas y las psiquiatras están locas. Todos tenemos trastornos mentales. Las psiquiatras también necesitan amor. Aparte, las locas cogen mejor. Según yo.
-Para, ya fue mucho- su voz se entrecorta.
Me sirve más vino y ya veo doble. Es imperioso recordarles que me tome 3 copas de tinto en un trago, cada una de ellas magullando mi sistema nervioso central. Ya veo doble. Me tomé media botella de vodka en casa. AA no está haciendo su trabajo bien o soy un caso perdido. ¿Cuál razonamiento es más conveniente para  mí?
Estimados lectores, no me juzguen. Recuerden que sin mí no tendrían a quien odiar o amar. O juzgar si eso es lo que hacen. Sean objetivos.
-Me alegra que vinieras, aunque ya no te puedo ver en sesiones; es antiético-
-Da igual, me analizaras comoquiera. No me daré cuenta pero tu cerebro ya trabaja así por defecto-
-¿Defecto? Soy una de las psiquiatras más respetadas de Monterrey-
-Eres vouyerista, a mí no me chingas-
-¡JAJAJAJAJÁ cállate!-
Nos convertimos en adolescentes de nuevo, ella 35 y yo diez años atrás. Yo cantaba “Magic Orgasm” en la primaria ¿dónde estaba ella? Sólo “Dios” sabe.
Me siento cómodo otra vez, se lo digo.
-No mames, yo también- Su respuesta es ideal. Me gusta, Me hace sentir, para ustedes análogos, mariposas en mi estómago. Para mí es DOPAMINA.
¿Y tu pareja?- se me viene a la cabeza preguntar.
-Soy divorciada, él tiene a los niños esta semana-
Madres, mi nariz se restriega por una pared dispareja. Cada bulto en ella me lacera el gusto por hacer el amor.
-Pero no te apures, no hay sentimientos aquí. Me puedes coger a voluntad- hasta eso, se preocupa por mí.
-Karma- respondí agarrándome los huevos, figurativamente.
-Tú  no crees en eso-
-Desde que te conozco, sí- La familiaridad sirve como obstáculo, de nuevo, soy experto en malas decisiones. La quiero ya, del verbo presente, de un mí y ella, más claro ni la orina cuando andas hidratado. La quiero en la cama, en el sillón, en el piso, en la cocina, en el buró, en la sala, en el cuarto de televisión. La quiero en todos lados.
-¿Me comes otra vez?- su aliento es fuego y mi lengua se vuelve leña… Los cerdos se embarran de lodo y yo soy un cerdo. ¿Naturaleza?

viernes, 18 de octubre de 2013

34B Pt2

-No me gusta que mires mis pechos, no deberías hacerlo- se tapa el escote disimuladamente, queriendo que vea su torpe movimiento.
-Da lo mismo, ya lo enseño, ya lo vi y podemos seguir obviando lo obvio. Le decía que ya estaba probando lo que usted había desayunado y sus besos eran muy buenos, no mucha lengua y con la abertura exacta que debe haber para que el beso sea único. De hecho hubo un momento en que me mordió el labio inferior y me gustó mucho. Era muy extrovertida-
-¿Podemos hablar de otra cosa?- el sudor escurre por su cuello como avalanchas de pudor.
-¡NO!- mis ojos se entierran en los suyos y estoy seguro que entiende mi enojo. Sus sesiones no son baratas y tampoco vengo a platicar de mis padres y sus abusos, no hoy.
-¿Cómo están tus padres?- su pregunta es un torbellino y me nubla la cabeza; es astuta, tiene que serlo. 
-Igual como siempre, mamá vive angustiada por los problemas de los demás, totalmente inconsciente de todo lo que ocurre a su alrededor; papá sigue reviviendo sus revoluciones inexistentes, sus guerra internas que no lo dejan ser en paz y- súbitamente paro de hablar, mis rabietas son de proporciones bíblicas y al terminar me ahonda la tristeza, mi cara se tuerce de tal manera que se cubre con las sombras del cuarto. Hemos estudiado mi vida a lo largo de las fases por las cuales una persona debe afrontar, vivir y pasar, sabe que el total abandono al que fui sometido y los repetidos abusos a los que fui expuesto cuelgan en mi alma como diplomas en la pared de un neurocirujano. Ella se da cuenta de mi tristeza y se traslada hacía mí.
-Oye, mírame- lo hago con la vaga vergüenza que me caracteriza y, me sorprende el sentir sus labios contra los míos, sus suaves labios que saben a compasión, lástima y cariño. Su cuerpo es cálido y se mueve por encima de mis piernas, se dirige hacia mi regazo y al sentarse en mí, no puedo evitar rodear su cintura con mis brazos.
Todo se torna simple, correcto. Todo es rojo difuso. Todo es fuego y gasolina. Todo embona, al menos por ese momento.
Ella se levanta y me sonríe, se retoca los labios y apunta hacia el reloj a mi derecha. 
-Creo que sólo nos quedan 15 minutos.- me lo dice mientras tiene las manos entre las piernas y despide una voz seductora.
-Creo que puedo hacer mucho en ese tiempo- me abalanzo sobre ella y la beso tiernamente, se que no lo esperaba y por so se siente tan rico.
Separo sus piernas y hay un calor que recoge mi mano. Su respiración humea sobre mis labios y cuando le acaricio, su voz quiebra.
-¡No, hoy no! Te-te-te espero la próxima sesión- aclara su garganta, baja su falda y acomoda su sostén.
-Vale, está bien. La veo el Viernes a las 6 de la tarde- me alejo hacia la puerta, la cual está solo a unos pasos de su asiento. -Con permiso- inmediatamente cierra la puerta, sabe que no ha hecho lo correcto pero se pregunta porque se ha sentido tan bien. Lo sé, porque me lo dijo horas después por el celular. Se supone que solo lo usaríamos en emergencias: cambios de citas, cancelaciones, escenas de pánico y ahora, al parecer, como servicio de hotline.

-Necesito que vengas- asentí y pregunté su dirección…

jueves, 10 de octubre de 2013

34B Pt1


-Entra, por favor- y me señala un sofá negro, con cojines rojos y afelpados.
-Gracias- mi mirada se centra en sus ojos. Hay un calor que me relaja.
-¿Cómo estás?- Sus ojos regresan la mirada.
-Tuve un sueño- mi voz es tranquila, ella cruza las piernas. -Es algo difícil de explicar- gira su cabeza de tal forma que me permite seguir hablando.
-Dime-
-Es un sueño sexual, rara vez los tengo pero el de ayer fue algo increíble… casi como si fuese real- mis manos toman los cojines y juegan con las fibras que salen de ellos.
-Cuéntame- se inclina hacia la mesa del centro y toma su libreta y una pluma de tinta negra, su escote es generoso.
-Tuve un sueño en el cual usted y yo teníamos relaciones sexuales, estábamos aquí y usted me preguntaba si tenía novia…-
-¿Tú y yo?- su interrupción me incomoda.
-Usted vestía una blusa roja y una falda negra, sus zapatos eran tacones negros y me gustaban mucho, tanto así que le pedía que no se los quitara- mi mirada se vuelca hacia el suelo.
-¿Tacones? Interesante- se deja caer en el respaldo de su sillón y asiente, lo cual me permite continuar.
-En fin, estábamos besándonos y usted me susurraba al oído… mejor dicho casi casi me suplicaba que la penetrara, me gustaba mucho que me lo pidiera-.
-¿Estábamos en mi sillón o en el tuyo?-
-¿Qué tiene que ver eso?- le reproche.
-Mucho, si estamos aquí- acaricia su sillón -quiere decir que yo tengo el control y tu viniste a mí, si estamos en el tuyo- me apunta y eso me disgusta -quiere decir lo opuesto ¿Entiendes?-
-Creo que sí, pero no me ha dejado seguir y solo tenemos una hora-
-Continua, por favor- lo dice entre dientes, como si no quisiera escuchar el resto… sé que se muere por ello.
-Gracias. Le decía que nos besábamos y si, estábamos en este sillón pues es más grande…- es notable que miento, en realidad estábamos en su lugar, ella encaramada en mí, de lado y con la falda levantada hasta la cintura. -usted apoyaba su cabeza en la mía mientras yo mordía su cuello, recuerdo que olía bastante bien, incluso me atrevo a decirle que usaba el perfume “White Diamonds”-
-Pues lo he usado en varias de nuestras sesiones, tu subconsciente lo ha de haber recogido de una de ellas y lo enfoco a un escenario donde tú y yo somos amantes-
-Pues amantes no sé, pero definitivamente nos traíamos ganas- suelto una carcajada pensando que ella la secundara, digo es más que un cliché el hecho de tener relaciones sexuales con la psiquiatra de uno ¿no?, sin embargo, ella no se ríe y la carcajada se vuelve incomoda y hasta raya en lo estúpido. Pienso en disculparme, pero como de costumbre, no lo hago, nunca lo hago.
-¿Y quién empezaba a incitar a quién? Me imagino que eras tú, por supuesto-
-Pues realmente no recuerdo quien se le insinuaba a quien, solo recuerdo que, en un abrir y cerrar de ojos, ya teníamos nuestras lenguas amarradas. Recuerdo que le excitaba mucho- ¡Pum! un golpe directo y a matar.
-No creo haber sido yo pero, no puedo negar que mi personaje, esculpido en tu mente, haya tratado de seducirte. ¿Me consideras atractiva? ¿Has pensado en algunas de nuestras sesiones en besarme, desnudarme, tomarme aquí? ¿Te excita la idea?-
-Se refiere al sueño ¿verdad?- empiezo a sentirme un poco confiado y hasta me muestro algo descarado. Sé que ella no se refiere al sueño y la observo inquieta, si le incomodara ya hubiera cambiado de tema o, al menos, hubiera hecho lo posible por establecer un límite. Ninguna de las situaciones a las que hago alusión no encabezaban sus pensamientos.
-Me refiero a las sesiones que mantenemos en un mundo real, no en el mundo pervertido que llevas dentro de tu cabeza… pervertido no es malo, no es un adjetivo que te deba dar vergüenza, lo que quiero decir que eres muy imaginativo, muy creativo y no me sorprendería si es tu mente, que trabaja a mil por segundo, ya me hubiera imaginado entre tus piernas-
-Bueno, no le voy a mentir, se supone que aquí puedo ser honesto sin miedo al juicio y si va a haber un juicio debe ser mío ¿no lo cree? Tengo el derecho por ser el paciente, el enfermo, el pervertido- Mis muecas son llamativas, expresivas.
-Siempre me ha gustado como piensas ¿te acuerdas cuando hablamos de cambiar los muebles de tu cuarto y me dijiste que era un excelente ejemplo a la mediocridad humana, te estoy citando eh. Según tu, decías que era lo mismo cambiar de lugar los muebles de tu espacio a cagar o hacer pipí  las cosas simplemente ya no estaban donde estaban antes. Eso me gusta de ti, siempre tienes una analogía degradante-
-Pues si es así ¿o no? mover los muebles de mi cuarto no me harán una persona socialmente estable o funcional. Mi cama no va a salir a hacer amigos por mí, mucho menos a conocer mujeres y tratar de follarlas después. Las esquinas son de punta roma y les puede desgarrar la vagina o mucho peor puede desgarrar el a…-
-Te estas saliendo del tema- me interrumpe en el momento indicado
-Usted se salió primero, me estaba diciendo que le gusto-
-No dije eso, estaba diciendo lo que me gusta de ti-
-Ok-
-¿Qué más pasaba en tu sueño?-
-Pues estaba usted arriba de mí, yo le levantaba la falda y la estimulaba. Primero con los dedos y después con la lengua, su idea y no la mía. ¿Le gusta que le mire los pechos Doctora? Su escote me hace ojitos.-
-Ehh- suficiente para mí.

martes, 13 de agosto de 2013

Ella es así.

Sábado.
Desperté antes que ella y fui a comprar el café que tanto le gusta, un par de donas rellenas de chocolate y el periódico. Al salir de la tienda crucé hacia la florería y recogí sólo un tulipán. Caminé con apuro hacia mi edificio y subí por las escaleras; el elevador se tardó lustros en bajar.
Entre cuidadosamente a mi apartamento, no quería despertarla. Aún era temprano cuando ya tenía la mesita lista: dos tazas de café, una pieza de pan recién hecho en cada plato y, al centro, un florero transparente. El tulipán se asomaba mostrando sus pétalos color naranja y amarillo.
Se levantó y camino hacia la ventana grande, contempló la vista que aquel octavo piso regalaba, los parajes de la ciudad siempre le han gustado.
Me tomó por sorpresa, pues yo leía el periódico y sus pasos eran silenciosos.
Traía puesta la camisa que use el día anterior. Blanca, de vestir, abotonada a medias y con las mangas como guantes.
Pasó por mi espalda y me abrazó, me besó en la mejilla y exclamó: -¡Buen día!- sonreí y le pedí que se sentara a desayunar.
Reímos hasta que terminamos con el pan, se sentó en mis piernas durante el crucigrama; lo dejamos incompleto. No somos tan intelectuales.
Por la tarde fuimos al zoológico, recuerdo que me hizo reír tan fuerte que los demás presentes me veían completamente desconcertados; de ahí, nos pasamos al museo y después, cruzamos una extensa plaza para poder llegar al centro.
Allí, compró unos aretes y un helado de vainilla, yo preferí un sorbete de limón.
Ya de noche y cansados, optamos por quedarnos en el apartamento y ver películas. Siempre he tenido una vasta colección, así que no tuvimos que hace paradas extra cuando regresábamos a casa.
Dustin Hoffman, Merryl Streep, Jennifer Aniston, Paul Rudd, Al Pacino, Jack Nicholson y ya muy de madrugada, hasta Molly Ringwald, todos ellos nos hicieron compañía junto a las rosetas de maíz y el vino tinto.
Se quedó dormida frente al televisor y la cargue hasta la cama, me recosté junto a ella y la acomodé entre mis brazos.
Besé su frente y cerré mis ojos.

Domingo.
Dormimos poco. Tuvimos que levantarnos a prisa pues se nos hacía tarde. Muy tarde.
Tomé su maleta grande y la ayudé con alguna de la ropa: jeans, blusas, ropa interior, suéteres, metí un gorro negro para el invierno, etcétera. Sabía muy bien que necesitaba llevarlos, siempre ha sido muy sensible al clima frío.
Salimos del apartamento casi atropellándonos, y ya en la calle, tomamos el primer taxi que nos hiciera una señal y nos dirigimos hacia el aeropuerto.
AL llegar, corrimos hacia la entada, le di su equipaje y la vi seguir adelante. Pasó por seguridad, chequeo de equipaje, la línea que daba entrada a la sala de espera y, ya sentada me llamó al celular.
Me llamó, no para despedirse, sino para contarme todo lo que veía a su alrededor, todo lo que pasaba y que le causaba gracia; ella es así. Me contó del chico que compraba de comer de manera desesperada, de la señora que hojeaba revistas mientras su hijo le tiraba de la falda y sostenía un dulce con la otra mano, la chica que flirteaba con la otra, el abuelo que olía raro y su nietos que lo notaban. Todo aquello me dijo, pero no me dijo adiós. Hablamos por 47 minutos y no me dijo adiós. Yo tampoco.
Cuando dieron la instrucción de abordaje, me volvió a llamar. Me dijo:
-Marcos, te quiero decir que estos cuatro años que estuvimos juntos han sido los más felices de mi vida, que aunque me vaya, una parte de mí se queda contigo. Que te voy a extrañar cantidades, que te voy a pensar y soñar todos los días y que nunca te voy a olvidar. Te quiero decir que en estos cuatro años has sido mi todo, mi amigo, mi confidente, mi amante, mi soporte, pero sobre todas las cosas, has sido el único que nunca me dejo caer. ¡Te amo!-.
No tuve tiempo ni voz para contestar y cuando me atreví a hacerlo, me interrumpió:
-Adiós-.

Nos escribimos correos y nos vimos por internet, como nos habíamos prometido. Pero con el paso de los meses, dejamos de hacerlo. Nos descuidamos, como sabíamos que pasaría pero que nadie quiso aceptar cara a cara. Conoceríamos gente nueva, ella en otro lugar y yo aquí.
Al menos sé que fue real y que por cuatro años, por cuatro hermosos años, la hice completamente feliz.

sábado, 3 de agosto de 2013

Los locos no piden perdón. (Proyecto: Carne De Circo)

Rodrigo se levantaba tarde los domingos, siempre a la espera de que alguna de esas tardes su familia fuera a visitarlo, al menos para compadecerse de él. Pero el ocaso muere pronto y su soledad es perpetua.
Los domingos servían pizza medio fría, agua al tiempo y de postre, una taza de gelatina que sabía a papel. Rodrigo sabe esto porque él come papel. No cualquier tipo de papel, tiene una rara inclinación por el papel fotográfico. No es raro ver pedazos de caras o paisajes en sus heces.
Rodrigo llegó al área del comedor media hora después de haber levantado su pesada espalda de la cama, era un individuo extremadamente pesado como para tener tan escuálida figura. Él decía que las culpas eran lo pesado.
Se sentó al lado de María, una chica rubia, de ojos grises y talle delgado. Rodrigo y María nunca se dirigían la palabra. Solo cuando él se escurría por los pasillos del sanatorio en las madrugadas para tener relaciones con ella. Y a veces ni siquiera cuando llegaban al orgasmo se hablaban, eran muy herméticos. La locura te hace mucho daño, aún más cuando no lo padeces.
Comieron en silencio, como siempre, hasta que María le hizo una seña con el tenedor. Rodrigo solo resoplo y toco el tenedor de ella con el suyo.
Después de comer Rodrigo leía por un rato, a veces horas, a veces segundos, a veces pretendía leer. Nunca dejó de hacerlo, de pretender; no solo pretendía leer sino que pretendía ir al baño, pretendía que había terminado de jugar damas chinas con los demás pacientes, pretendía estar loco.
Rodrigo miraba por la ventana para pretender que las sombras de sus padres se asomaban por esos pastizales verdes como el jade, pero las sombras solo habitaban en su cuarto. Juzgando su inexistente enfermedad. Rodrigo no estaba loco. Sus padres y el resto del mundo, sí.
Dieron las ocho de la noche y los enfermeros andaban como locos, tirando de los brazos de los enfermos, acostándolos a la fuerza, cerrando las habitaciones, jugando póker y tomando vino del barato. Todo aquello era una misión ardua y extenuante.
Mientras los enfermeros, ya borrachos, se masturbaban unos a otros, Rodrigo se escapaba de su cuarto; como él y María eran pacientes de conductas regulares y no resultaban dañinos para sí mismos y/o los demás, nunca dormían bajo llave. Las paredes del sanatorio eran estrechas y largas, casi como si fueran un laberinto recto. Tomaron alrededor de tres puertas a la izquierda para llegar al cuarto de María, ella lo esperaba tímidamente, cubierta en sábanas blancas y hediendo a sanitizante.
Terminaron su juego de adolescentes y Rodrigo regresó a su cuarto. María le había dicho que lo amaba. Los locos no sienten. Al menos no como debiesen. Rodrigo calló mientras se vestía.
El lunes servían sopa de codos fría, ensalada y jugo de naranja. No había postre para Rodrigo, una de las enfermeras lo había visto mientras entraba a su cuarto la noche anterior. De igual manera, Rodrigo se iba a comer la sección de deportes del periódico.
En la tarde, mientras Rodrigo pretendía leer, se le acercó Miguel y lo tomó del hombro. Le preguntó si le gustaba tener relaciones con María, le preguntó cómo era ella en la cama, le preguntó si se la cogía vaginal o analmente, si ella le hacía sexo oral. Rodrigo a todo dijo que no.
Miguel era una persona retorcida que gustaba de trabajar ahí por el único hecho de rodearse de gente desequilibrada, quizá mucho menos desequilibrada que él. Por su naturaleza morbosa, insana, maquiavélica, les propuso un juego a los demás enfermeros: sexo en vivo.
Iban a forzar a los pacientes a tener relaciones mientras ellos miraban. Los enfermeros no estaban de acuerdo, al principio pero mientras consumían más y más alcohol, la idea se tornaba excitante y estrambótica.
Decidieron empezar a la noche siguiente, el martes. Miguel ya sabía quiénes serían los que abrirían telón.
El martes, como es costumbre, Rodrigo se levantó a medio día y con hambre. El martes sirven fideos, agua al tiempo y un pedazo de pastel de zanahoria. El pastel sabe a cal. Rodrigo sabe esto porque Rodrigo come cal.
Miguel espera que Rodrigo se fuera a “leer” para tomarlo por sorpresa y drogarlo, pero Rodrigo salió a tomar aire fresco; el olor de la asepsia que inundaba el recinto era sofocante. Rodrigo pudo haber matado a su propia madre por una bocanada de cigarro.
Miguel reptaba por los pasillos en busca de su semental, serpenteaba entre cuartos desesperado. Miguel tenía que ver a Rodrigo penetrando a María, no sólo por lo mórbido del espectáculo sino porque Miguel amaba a María. Amar es un verbo muy turbio.
Pasó la tarde y Miguel ya había encontrado a Rodrigo, lo encontró sentado en una de las bancas que tienen vista al bosque que rodea el sanatorio.
Rodrigo, al sentir la presencia de Miguel, preguntó si aquel tenía un cigarro que le compartiera, Miguel asintió y sacó una caja de Marlboros rojos de su bolsillo, extendió el mismo y un encendedor de color negro. Rodrigo le dio las gracias de manera desinteresada y comenzó a llenar sus pulmones de ese humo agradable y viscoso. Miguel aprovecho la última bocanada de su verraco y le drogó.
Dieron las doce de la noche y el alcohol flotaba por las venas de los enfermeros como cadáveres en una fosa; ellos, mujeres y hombres, esperaban anhelantes de un show tan ácido como sus gustos en la pornografía o las pequeñas orgías que sostenían por las madrugadas en los cuartos de descanso.
María estaba dormida cuando llegaron las enfermeras a doparla, igual como lo hizo Miguel a Rodrigo.
Estaban los protagonistas en medio de la sala de juegos, los enfermeros estaban tomando, fumando y algunas enfermeras sobaban los miembros de los enfermeros. Todos ellos mirando con fervor a la pareja.
Miguel les vertió un poco de alcohol en las caras y los obligó a besarse. Los besos violentaban las bocas de ambos, se convertían en mordidas. Acto seguido, la pareja en cuestión se encontraba desnuda, se habían rasgado las ropas y sin mirarse hacían el sexo. Un sexo sucio, lleno de vehemencia, se gritaban obscenidades, Rodrigo golpeaba las nalgas de su contraparte, la mallugaba, la lastimaba de forma inhumana.
Miguel, en su excitación, removió el cinto de su pantalón y lo prestó a Rodrigo que, aún bajo la influencia de la droga, golpeo el cuerpo de María.
Los gritos de los enfermeros le excitaban y en un momento de verdadera locura, enredó el cinturón en el cuello de María, asfixiándola. Los enfermeros dejaron de reír, los penes de aquellos se tornaron flácidos, las mujeres dejaron de tocarse y de sobar los genitales de sus colegas. Ya no era estimulante, ya no era gracioso. Trataron de detenerlo.
María yacía muerta, caliente como el alquitrán que se quemaba en los dedos de un Miguel que lloraba en secreto.
Al día siguiente el cuerpo de María fue enterrado frente a la mirada atónita de su familia. Miguel renunció y Rodrigo fue transferido a un sanatorio de alta peligrosidad. Ya no espera a su familia, ni los ve en sombras.
Ahora pretende que nunca mató a María y habla con ella.
Nunca pide perdón.
Los locos no piden perdón.

jueves, 25 de julio de 2013

Leche (cover a Javier Ibarra de PunkRoutine; link del original al terminar)

Mi vecina es una puta. Me lo dice el coqueteo soberbio de sus tacones contra el azulejo de las escaleras cuando camina. Pasa por mi ventana como si supiera que estoy pegado al vidrio, empañando sus figuras con mi aliento. Con una mano en el gato y la otra en el garabato.
Sé que es una puta porque una vez que has visitado los “templos” te das una muy buena idea de cómo deben verse, vestirse, oler y hasta moverse. Las mujeres de la vida galante tienen sus modos, es como si fueran parte de un club campestre exclusivísimo.
Mi vecina se llama, hace llamar o es conocida como Ruth. Así, a secas como el whisky. Ruth suena a cogida exótica. Se pronuncia Ruth pero se deletrea haciendo pozo en las esquinas.
Con el paso del tiempo me aprendí su horario, digo, no que la espiara ni ese tipo de conductas desviadas que son aceptadas en la cabeza de un chaval calenturiento, sólo digo que siempre he sido muy observador y consciente de lo que ocurre a mi alrededor.
Sus tacones se pavoneaban enaltecidos por los pasillos de los apartamentos como a eso de las 8:45 de la noche. Llegaban menos exaltados a las 8:20 de la mañana. Una jornada laboral de casi 12 horas, con la diferencia que ella ganaba por honorarios, grandes honorarios.
Llegaba siempre acompañada por el ruido de un automóvil y un par de claxonazos presuntuosos. Siempre pensé que eran un pitazos muy posesivos. “¡Aquí está mi puta, véanla!” gritaba ese claxon.
En una ocasión me desperté con ganas de unos cheerios de miel con leche, pero tengo la absurda costumbre de dejar el cartón de leche vacío dentro del refrigerador. Es como un recordatorio de que hay que comprar leche, y que la vida siempre está llena de pequeñas decepciones. Digamos que es un “chinga tu madre” pasteurizado. Acto seguido, me vestí para ir a la tienda y comprar más leche.
Cuando salí pude alcanzar a ver un Stratus viejo y descontinuado, a un moreno espaldón y de facciones toscas, por no decir autóctonas. Eso sí, muy trajeado y propio. Presumo que es el padrote/chofer/come-cuando-hay de Ruth. Pero lo que salió del carro fue lo que llamó mi atención: Ruth. De cerquita todo es diferente, los tacones eran más bonitos, los lentes de sol que traía parecían hacerme caras. Eran unos lentes gigantescos, no sabía que las putas eran tan reservadas. Algo tenían que tener sus ojos para que no se los revelara a cualquiera. Seguro son hermosos, pensé.
                -¡Buenos días!- saludó y yo embobado, viéndole las tetas que sobresalían de un vestido entalladísimo. Se acomodó el escote para enseñármelas bien.
                -¡Sí, de nada!- repliqué casi de inmediato. Ella sólo sonrió. Me quería dar de cabezazos contra las paredes de todo el edificio. ¿Sí, de nada?
                -¿A dónde vas? ¿Vas a la tienda?- me preguntó con mucho ahínco mientras se despedía a lo lejos del moreno aquel.
                -Sí, voy por leche- respondí mientras ella buscaba algo en su bolsa, yo sólo me hacía pendejo con unas monedas que traía en la mano izquierda.
                -¿Te puedo encargar algo, corazón?- su voz se torna más suave y cariñosa. De esa voz que usan las mujeres para tener a un hombre amarrado al sillón del privado.
-¡Claro!- me falló la modulación de la voz como por un chingo de decibeles. Le tenía que decir que sí a ese vestido.
Un jabón. Ruth necesitaba un jabón que lavara todos los rastros pérfidos, depravados y pecadores de los hombres que estuvieron con ella. Y de los que no, también. Mi litro de leche ya salía sobrando. Imaginaba a Ruth tomando de mi leche.
                -Mi departamento es el 16- dijo Ruth, me entregó el dinero y me lanzó una mirada de “¿vienes o voy?”.
                -Vale, te lo llevo- las monedas en mi mano izquierda ya se habían abrillantado de tanto que las frote con sudor.
Chucho, el abacero, o “Chocho” como lo conocíamos todos por su semblante inflado, siempre se tardaba en atender, un pedo en las corvas o en los huesos decrecía su velocidad. Esa ocasión se quiso ver más hijo de la chingada que las demás y se tardó siglos para pararse de la mecedora que tenía tras el mostrador. Después de la odisea que pasó al intentar mantener una postura erguida mientras batallaba con el excedente de carne que colgaba de esa camisa de tirantes blanca (ni tan blanca) se trepó como pudo a un banquito de madera para poder alcanzar el jabón de Ruth. En ese momento me acordé cuando mi padre me llevó a un circo feísimo, me llevó a ver el show del elefante que balanceaba con las patas traseras sobre un trapecio de colores rojo y dorado. Olía de la chingada.
Cuando salí de la tienda, pinches diez minutos después, ni siquiera me acordaba que tenía departamento en el mismo edificio, me fui en chinga al 16. Iba corriendo e imaginando que Ruth me abría la puerta en calzones. –Que sean de los transparentes- balbuceaba por las escaleras.
Llegué a su puerta y percibí un letrero que se me hizo de lo más bizarro y escabroso: “¡Aquí se venera a la Patrona, en este hogar somos devotos de La Santa Muerte!”.
Toqué la puerta e inmediatamente se abrió, Ruth estaba parada en una pose tipo Jessica Rabbit. Una bata de leopardo estilizaba las formas de su cuerpo. Las gafas de sol gigantes tenían que esconder algo sobrenatural, estaba segurísimo.
-Ten- así le dije, a secas. Volteé mi mirada por todo lugar dentro de su departamento. Si Ruth era una puta, entonces me había metido a las fauces del león… o leona.
-Gracias, mi amor ¿te ofrezco algo de tomar o beberás sólo leche?- me preguntaba, me tentaba, me hacía de esos tests psicológicos que sólo las mujeres saben aplicar muy bien. Y yo, caliente y con la posibilidad de coger, asentí.
Mi amor”, a veces me pongo a pensar si realmente tendrán un significado medible esos motes de amor. Digo, no puedes andar por la vida diciéndoselas a cualquier persona, como lo hacía Ruth ahora conmigo. Una vez me emputé con una “novia” porque así les decía a sus amigos. Me tachó de pendejo y de celoso. Me dijo que así les decía a todos y que no tenía nada que ver. ¡Ah! pero una vez le dije “mamacita” a una amiga enfrente de ella y hasta me dijo que era un pinche infiel y no sé qué chingadera y media, ni me dejo “explicarle” que no tenía nada que ver. Puta DOBLE MORAL.
                -Ruth, ¿eres una puta, verdad?- le pregunté a medias. La verdad quería saber más allá de lo que pregunté. Ella sólo sonrío y me dio un beso de esos que se sienten a “esto va a doler en la mañana”.
Cuando se despegaron nuestras lenguas, Ruth caminó hasta la cocina, preparó un par de tazas de café y sacó unas conchas de chocolate del microondas. Me invitó a su comedor con el movimiento de su dedo índice sobre toda mi fuerza de voluntad, nula ya para ese entonces. Me pregunto que cual era mi movida: trabajo, escuela, ambas, ninguna de las anteriores. –Soy escritor- le dije mientras tomaba del café negro y azucarado. Me respondió que era muy interesante y me pregunto mis razones. Le explique que es una manera muy personal de mandar todo al carajo. Se carcajeó y me confesó que no conocía a nadie más con ese oficio. –Yo tampoco- respondí.
                -¿Me acompaña al baño Sr. Escritor? Necesito que alguien me talle en donde no me alcanzo- le quitaba la envoltura al jabón con un arte, me imagino que así quita los condones cuando ya no sirven.
                -¿Me dejas lavarme las manos?- ando medio sucio.
                -¿Entonces necesitas un baño también?- me lo preguntó, casi ordenándomelo.
Su baño era de color celeste con vistas blancas, luz tenue y un olor muy sutil a lavanda y perfume Paris Hilton.
Al cerrar la puerta de su baño tras de mí, fui testigo de un espectáculo que muchos hombres han visto pero pocos han realmente disfrutado. El tacto de la bata de satín contra lo terso de su piel, piel color vainilla, piel que se estremecía por el contacto con la tela estampada; el vaivén de su cabello que soltaba una esencia a madrugada; el camino de sus dedos mientras bajaba su ropa interior; los pliegues que se formaban cuando sus pechos descansaban sobre ese torso firme; la pose de sus pies, uno de puntillas y el otro besando el azulejo del piso.
Giró la llave del agua caliente y dejó que los chorros gozaran sus curvas por un momento. Como estaba de espalda, pude deleitar mi deseo de tomarla por las nalgas, besarlas, acariciarlas. Al fin removió esas gafas y las colocó en una ventana que estaba a la altura de su frente. Comencé a tallarle la espalda, lo hice como si fuera una pintura de antaño, con cuidado, rozando la piel con el estropajo. Casi sin vergüenza.
                -¡Has de escribir hermoso, mi amor!- gemía entre risitas mientras la limpiaba. Nunca le pregunté pero siempre supuse que fue más que un baño.
Nos hicimos buenos amigos y vecinos. Los claxonazos y los taconazos eran mi señal para abrir la puerta y desearle buen día o suerte de noche. Nunca sabrá todo lo que le he escrito.
Tal vez un día le confiese que pienso en ella cuando me masturbo. En esos ojos tan perfectos.




viernes, 5 de julio de 2013

Esos tacones te van a calar.

Esos tacones te van a calar,
Y no precisamente en los arcos de los pies,
Te van a calar en las bragas,
En las fundas de las camas.

No son amigos ni enemigos,
Son armas, de convincentes modos,
Armas blancas y armas de fuego,
De un fuego estrepitoso, desatado.

Esos tacones van y vienen,
Se pavonean por las aceras,
Siempre invitantes,
Soberbios tacones.

Esos tacones no se miran,
Se contemplan,
Son asertivos y viscerales,
Son cronistas de lo carnal.

lunes, 1 de julio de 2013

Sí, éramos los dos contra nosotros mismos,
Éramos el vino y el pan,
Éramos agua y aceite,
Éramos las olas y arena.

Sí, éramos nosotros y nadie más,
Éramos estrellas y nubes,
Éramos tequila y cruda,
cruda moral y cruda de amor.

Sí, éramos un sueño,
Éramos una pintura de Dalí,
Un bossa de Gilberto,
Una película de Allen.

Sí, éramos una utopía,
Una escultura de Rodin,
Un poema de Benedetti,
Una lágrima seca.

Sí, éramos los dos contra nosotros mismos,
Éramos tú y yo,
La calidez en nuestro beso,
La hiel del desenlace.

Éramos tú y yo,
Contra el mundo,
Contra la vida,
Tanto mundo y tanta vida…


Que se nos olvidó que éramos tú y yo.

miércoles, 19 de junio de 2013

La pared roja

¿Te acuerdas de la pared roja? Pues sigue ahí, nunca la quise pintar de otro color. Inclusive sigue tu nombre en tinta blanca. ¿La extrañas?
Pasé un tiempo sin poder entrar a la habitación, dormía en el sofá. Aún no recojo el desmadre que me dejaste aquí, creo que siempre he sido fan de tus desplantes.
Esa pared roja y tú siempre tuvieron una conexión, no sé; ambas me hacían feliz y triste al mismo tiempo. La pared roja y su ventana que escurría lluvia, tú y tu piel canela bajo mis sábanas. Siempre tuve necesidad de regresar a aquella tarde/noche. El del miércoles aquel que te refugiaste en mi habitación, pues la lluvia estaba increíblemente reacia y no podías regresar a casa. Muy bien mi morada pudo serlo.
Recuerdo que faltamos a clases de especialización para llegar a la casa a ver películas. Desde que te tomé de la mano para salir del salón de clases supe que sería una gran tarde; suena raro, pero lo sabía.
Tomamos el periférico y avanzamos por las calles, íbamos parados entre tanta gente y platicábamos como si estuviésemos solos. Tocamos el timbre para poder salir del mueble.
Caminamos hacia la casa, tú y tus tacones, rojos por cierto, yo y mis converse negros. Tú y tus pantalones entallados, yo y mis pantalones flojos. Tú y tu blusa roja sin mangas y con cuello “V”, yo y mi camiseta negra de Deftones.
Transitábamos en zigzag, tratando de evitar todo micro-charco que reposara en el asfalto; tus preocupaciones de mojarte eran muy chuscas. A un par de casas, seguíamos platicando hasta que me tomaste de la mano y reposaste tu cabeza en mi hombro, -está cansada- pensé.
Alcance mis llaves al fondo de mis bolsillos y abrí la puerta, nadie se encontraba dentro de la misma. Todos mis compañeros se hallaban trabajando.
Te mostré la planta baja, el medio baño, la cocina, la sala carente de muebles reales, la alacena llena de papitas, palomitas, tostadas, botes de salsa, botes de frijoles, y una que otra botella de alcohol. Fuiste al baño y parecieron horas. Con decirte que hasta tuve la oportunidad de salir a fumar al patio de la casa. Por sí no lo sabías.
Saliste y llamaste mi nombre, entré por la puerta de la sala y te sonreí. Sonreíste de vuelta. Me gusta tu sonrisa, creo que nunca te lo dije. -¿Subimos?- pregunté.
Pasamos por los escalones blancos hasta el pasillo principal del segundo piso, nos dirigimos directamente a mi cuarto. Esa puerta que leía: “I <3 Crimi”; y hasta abajo tenía un escrito en marcador negro que decía: “Y las guamas también”. Esa puerta color blanco. Todo mi mundo se descubría para ti, los barrotes imaginarios que separaban ese cuarto del mundo real estaban cayéndose mientras girabas la perilla.
-¿Por qué escribes en tus paredes?-
-Ammm, me gusta-
-Este está bonito: “Los finales felices tienen principios turbios”. ¿De quién es?-
-Mío-
-¿Todos?-
-Sí, y los que faltan- leíste unos cuantos más y sonreías.
-Me gusta como escribes, me gusta mucho. Deberías escribir libros.-
-Gracias, pues sería un sueño hecho realidad-
-¡Nooo! Me gusta más este: “Somos un suspiro hechos carne”. Me encanta como escribes-
Sólo te sonreí mientras seguías admirando mi colección de frases en las paredes. Te detuviste en la pared roja y me volteaste a ver, sorprendida me dijiste: -Esta pared es la chingona ¿verdad?-. Todas las mejores frases estaban escritas ahí. –Sí, es la que más me gusta, hay algo en el color-.
-¿Cuál vamos a ver?-
-No sé, tengo varias ¿de qué tienes antojo?-
Siempre he creído que las películas en casa, al igual que las meriendas, son de antojo. Son como un café en días lluviosos. Yo estaba preparado para ese tipo de eventos, siempre he tenido una colección muy variada de películas y, en esa casa tenía tres tazas para café: dos eran cortesía de la casa de mamá y la tercera era un taza color negro, cuadrada y en la base tenía un trozo de cinta canela que decía: “Lluvia”. Era mi taza preferida.
Miraste el estante detenidamente hasta que tus ojos se detuvieron en “La chica del Dragón tatuado”. -¡Esta! Nunca la vi- la sacaste de su respectiva caja, abriste el reproductor de DVD y prendiste la tele. –Oye, ¿cómo le hago?-
Te explique detalladamente, pensé que te sería útil acostumbrarte a los artefactos de mi cuarto. No preguntes porque.
Te recostaste en la cama y te cubriste con la sábana azul que la cubría. Me senté a tu lado al comenzar la película, me tiraste de los hombros para quedar a tu par, contra el colchón.
Así pasaron los minutos mientras disponíamos atención al televisor, nos enredamos en la trama, recuerdo que te tuve que explicar algunas cosas, me sentí como si fuésemos pareja. De repente, comenzó a llover desesperadamente, las gotas de agua golpeaban la ventana de la pared roja de manera incesante, me abrazabas mientras los truenos hacían eco en el aire. Me abrazabas fuerte. Te abrazaba fuerte.
A media hora del final pausaste la función y atendiste las gotas de lluvia que caían por la ventana. –Se ve bonito ¿verdad?- tus ojos reflejaban el brillo del agua. –Bastante- pero yo te veía a ti; la ventana la había visto mil veces antes.
Nos reincorporamos para caminar hacia el cristal, la vista dejaba mucho a desear: un techo de aluminio oxidado, ramas secas, basura, entre otros tipos de desechos. Creo que hablo por los dos cuando acepto que la vista era lo de menos.
Te abracé por detrás, mis manos acariciaban tu estómago y mi boca reposaba en tu cuello. Quedamos como estatuas, como amantes en confianza, como íntimos extraños. Estuvimos así por varios minutos, minutos que se creyeron vidas.
Nos besamos delicadamente y regresamos a la cama. Ya bajo las sábanas terminamos de besarnos para proseguir con la cinta pero ya no tenía sentido, se te había olvidado la mayor parte de la misma. Cuando quise explicar de nuevo, me tomaste por los brazos y, en un movimiento, terminaste sobre mí. Me mirabas hacia abajo y sonreías con emoción. Ya sabíamos cuál era nuestro destino.
-Vamos a la tienda- me dices mientras te inclinas para besarme de nuevo. Pude haber visto tu escote pero preferí verte los ojos, aunque los tuvieras cerrados.
-¿Sacas que está lloviendo a cántaros?- sí, nunca te gustó eso de la palabra “sacas”.
-¿Y qué? Quiero tomar tantito-
-Ok, vamos. Oye tengo whiskey, no prefier…-
-No, quiero cheve-
Salimos de la casa y ya está algo obscuro, te tomo de la mano y todo es tan natural. Como si fuera un pasado que se vive hoy.
-Le encargo un seis de Tecate Light, por favor-
-Claro que sí compadre, espéreme tantito-
-No hay cuidado-
El señor de la tienda se va hacia la parte posterior del lugar y lo substituye, quien yo creo es, su esposa.
-¿Le cobro el six joven?-
-Sí, por favor-
-Se ven muy bien los dos ¿son vecinos nuevos?-
-Ahh…- no sabía que responder.
-Sí, nos acabamos de casar. ¿Se nos nota?- me interrumpiste para jugar al ahorcado con una señora de sesenta y tantos años.
-Se ven felices, que bueno. Son 73 de la cerveza y ¿van a llevar algo más?-
Te volteé a ver en espera de una respuesta, me volteaste a ver en espera de una pregunta.
-No, gracias- al fin respondiste, vestías una sonrisa gigante y hasta “enamorada”. Yo te lo hubiera creído, creo que al final sí lo hice.
Regresamos a la casa empapados.
-Voy a hablar a la casa. Oye ¿me puedo quedar aquí?- esa decisión ya la habías tomado antes de preguntarme.
-Claro, me gustaría- me guiñaste el ojo y saliste al patio techado.
Te habrás tardado un par de minutos mientras yo reacomodaba la botella de William Lawson’s casi llena en la alacena.
-Tráete la botella, que flojera que estés bajando a cada rato por ella-
-Vale, está bien- tomé la botella y un par de bolsas de frituras.
Subimos las escaleras a paso lento, como si no quisiéramos despertar a los demás, sin embargo, mis amigos no habían llegado a dormir. Tenían esa maña, vivían juntos pero de vez en cuando se iban a dormir a la casa de sus padres.
En fin, llegamos a la puerta de mi cuarto y la lluvia se escuchaba aún más fuerte. Los relámpagos, los truenos, tu mirada, tus labios, tu contorno, todo era bello.
-¿Me la abres?-
Le da un sorbo generoso y refrescante a la cerveza, yo apenas traigo dos tragos de whiskey.
La siguiente hora nos la pasamos tirados en la cama, tú citas frases de la pared roja, aleatoriamente y siempre con algunas preguntas entre cada una de ellas.
-“Amar no es acción, es reacción” esa me gusta bastante, bueno todas las de la pared roja. Oye ¿y por qué roja?-
-Así estaba cuando me mudé y pues me encantó-
-¿Le has dedicado una de estas a alguien?-
-No- le decía la verdad. Eran muy personales para regalarlas a cualquier persona.
-¿Cuándo empezaste a escribir?-
-La primera vez tenía como trece años, no era muy bueno, a los quince empecé a escribir canciones; tenía una banda. Krrusel se llamaba, tocábamos en la prepa y en la casa de mamá. A los veinte empecé a pulir mi pluma, empecé a leer bastante y me dio por escribir de nuevo-
-¿Y esta? “No te bajo las estrellas, te cargo en mis hombros para que tomes las que quieras”-
- Esa se me ocurrió mientras escuchaba “Paloma Querida”, estaba demasiado ebrio-
-¿Escribes mucho andando ebrio?-
-Ernest Hemingway dijo una vez: “Escribe borracho; edita sobrio”-
-Jajajaja suena como mucho trabajo-
-Lo es… la verdad no-
-Me gusta esta para hoy: “Hacer el amor es una sinfonía de emociones”-
Te miré y sin hesitar te besé, nos besamos, nos tocamos, nos desnudamos las miradas y me dedique a tu cuerpo. Tus labios, tu barbilla, tu cuello, tu hermoso cuello color canela, tu escote, la planicie de tu vientre. Te bajé los pantalones despacio, miedoso que se fueran a escapar las delicias que guardaban bajo los mismos.
-Sólo los pantalones, se serio-
-Jajajaja vale, lo haré- te lo dije mientras besaba tu tanga rosa.
-Cuéntame de esta: “Se pronuncia amantes; se escribe con la lengua”-
-Esa la escribí hace mucho tiempo…-
-¿Estabas borracho?- te reías mientras lo dijiste.
-No, estaba muy solo- me miras y acto siguiente, descansas tu cuerpo semidesnudo sobre mí. Tu respiración golpeaba mi pecho como caballos al aire.
-¿Cuál es la historia de esta? “Entre orgasmos te busco a ti”-
-Chica equivocada-
-Wow, que mal-
-Así pasa, me imagino que has estado con un hombre equivocado-
-No, solo mi ex-
-¿Neta?-
-Sí ¿ es raro?-
-No, para nada-
-Esta está rara: "Si me olvidas, que mas da"-
-Esa es de  una canción mía, se llama "Sólo esta vez"-
-Cántamela-
Tomé la guitarra y empecé a cantar. Al terminar, me besaste; fue diferente, mucho más romántico.
-La amé, cantas hermoso-
-Gracias-
-Yo también puedo escribir poesía-
-A ver-
Tomaste una de mis llaves y esculpiste tu nombre en la pared roja, contrastando el color original con el blanco de la cal. Ocho letras en armonía. Ocho letras convertidas en pasión. Ocho letras te bastaron para hacerme feliz.
La lluvia no cesaba y la madrugada, el alcohol y la cercanía nos dejaba un sabor a cariño en la boca. Nos besamos eternamente, me quitaste la playera,los pantalones y el boxer. 
-No es justo que yo este desnudo y tú no-
-Jajaja ok, me quitare la blusa pero no el sostén ni la braga-
-Va-
Te paraste de la cama para remover la vestidura del tronco de tu cuerpo. Lo hiciste suave y lento. Yo estaba empapado en saliva.
-¿Ya, contento?- te escabulliste dentro de la sábana color azul pardo y nos entregamos al juego de manos. Una practica convencional y por más deliciosa.
-Te deseo-
-Yo también- me dijo
Aparté tu sostén rosa de encaje, tu piel hacía un sublime contraste con tal color. Tus pechos libertinos, firmes, confortantes, sabor dulce. 
Los mimé y me tomaste del cuello de manera agresiva.
-Hazlo-
Fui descendiendo por tu cuerpo hacia tu tanga, mordí tus muslos, tu entrepierna y finalmente la retiré. Nunca olvidaré tu ropa interior en el piso de mi cuarto. 
Hicimos el amor como locos, tuvimos sexo unos minutos después. 
-Ya va a amanecer y me tengo que ir-
La lluvia se había aplacado y yo sabía que tenías que regresar a casa. 
-Me meteré a bañar- caminaste hacia la regadera, totalmente desnuda y contoneando tus caderas. Tu trasero es una obra de arte.
-¿Vas a venir o no?- me preguntaste mientras volteabas la mirada hacia atrás, retándome. Era obvia la respuesta.
Nos bañamos e hicimos el amor una vez más, entre besos y unos cuantos te quiero, nos despedimos. Te alcancé a la mitad del camino para besarte una vez más y te acompañe a la parada del periférico.  
Al siguiente día, nos quisimos más. Todos aquellos juegos, las caricias, tus pies entre mis pies en el salón de clases, las conversaciones por internet a bancos de distancia en el aula, las miradas mientras presentábamos exámenes, los coqueteos se volvieron en una realidad hermosa. 
Hasta que nos dejamos de ver. 
Tú en tu lugar y yo en el mío.
Ocho letras para hacerme sentir triste. Ocho letras que aún se leen en mi pared roja. Ocho letras que cuido a diario.












miércoles, 29 de mayo de 2013

La vida es bella

La vida se vuelve monótona después de unos pasos al precipicio, todo se vuelve gris, las palabras carecen de sentido, las miradas no tienen dirección, no hay un propósito.
As redes sociales se vuelven en una herramienta fiel a la anonimidad, el trabajo se convierte en cadenas que nos atan a lo mismo de lo mismo. El poco a poco se convierte en mucho a mucho.
Leonel trabajaba en un banco, su puesto era administrativo, revisaba las cuentas de los clientes para liberarles préstamos o negarles una vida de posibilidades.
Todos sus días eran lo mismo: la visita al gimnasio de las 6 de la mañana a las 7 y media de la misma, caminar hacia su casa sin reparar en su derredor, bañarse inmóvil dejando caer el agua sobre el pelo de su cabeza y su espalda alta, el traje negro con camisa blanca y la corbata roja perfectamente colocada bajo los pliegues de su camisa y rozando su manzana de Adán, el camino al banco, los extraños en su escritorio demandando dinero, la hora de comida, más extraños y formalidades, formatos, oficios, el regreso a casa en camión, los mismos paisajes industriales y las mismas casas maltrechas de las colonias aledañas a su hogar, la cena prehorneada o precocida, las mismas sábanas, las mismas páginas pornográficas, la misma sensación al terminar en la taza del inodoro y el mismo rezo al mismo Dios.
Lo cíclico de su vida le estaba asesinando día a día, sin embargo, él se portaba indiferente frente a los demás. Nadie sabía que imaginaba cosas muy perturbantes durante su travesía diaria. Así es, Leonel era un bomba de tiempo, ni él sabía cuándo iba a explotar, o implotar, que sería más propicio.
Navegando por Internet, Leonel encontró una dirección electrónica que satisfacía su máxima fantasía. La dirección web se leía “lobedandhappy.com”. No, no estaba mal escrito.
Al dar click en el vínculo a la página, Leonel comprendió que no era un servicio fácil de recibir y, además, era muy costoso. Demasiado costoso.
Pasaron alrededor de tres años; Leonel estaba obsesionado con la página y entraba todos los días para asegurarse de que el precio no hubiese aumentado. Nunca lo hizo.
Se volvió más retraído, más raro, más gris. Sus colegas dejaron de saludarlo pues no recibían ni una mirada a cambio. Su jefe trató de hacerlo entrar en razón, trató de convencerlo de participar en el ambiente de trabajo pues, aunque no lo apreciaba, no lo podía despedir. Verán, desde el descubrimiento de la página web, Leonel se convirtió en el mejor empleado de la empresa, recibiendo así, clientes y más clientes; bonos y más bonos.
Todo ese dinero iba a terminar en un frasco que leía “lobedandhappy” y que guardaba en un cajón bajo llave en la caja fuerte del mismo banco donde trabajaba.
Después de tres largos, repetitivos y fructíferos años, Leonel sostenía el monto suficiente para pagar el servicio de su página adorada y el pasaje a las instalaciones de la empresa Lobedandhappy Inc.
Hizo el trámite en línea. Lo atendió una chica con acento europeo llamada Alissa. Leonel se enamoró de su voz, parecía voz de radio.
La chica le dio la letra de la puerta del aeropuerto donde la limusina con placas LAH0300 pasaría por él para llevarlo a las instalaciones principales de la empresa.
Leonel partió un martes. Un lluvioso y triste martes.
Llegó a un aeropuerto en París e inmediatamente buscó el número de la puerta que se le había asignado. Al llegar, la limusina ya esperaba por él. El chófer salió y abrió la puerta izquierda del vehículo, sin hablar le dio la señal a Leonel para que entrara y se sintiera cómodo. Lo hizo.
Dentro de la limusina había varias botellas de vinos finos. Se tomó tres copas. Se sentía un poco alcoholizado, soñado.
Nunca conoció las instalaciones, así que cuando llegaron a un edificio alto y lujoso, se imaginó importante; casi como se creía su jefe en la oficina principal, que bien pudiera haber ocupado las dimensiones de una suite.
-¿Mr. Leonel Grenshaw?- le preguntó la recepcionista, cuyo identificador leía “Alissa”.
-Yes, that’s me- sus palabras se atropellaban de la emoción.
-Please, follow me to your room- Alissa salió de su cubículo y lo encaminó hacia un pasillo de paredes blancas, impecables de limpias. Leonel sólo prestaba atención a la falda ceñida y el trazo sútil de las bragas bajo la falda de su guía.
-Here we are, room 6- le regalo una sonrisa sincera –one of our specalists will be with you in about half an hour, ¿Do you need anything? Glass of wine, cigarettes, you name it- de nuevo esa sonrisa angelical.
-No, everything is ok, I appreciate it- sonó algo nervioso y se disculpó.
-No need to apologize Mr. Grenshaw, we appreciate your business. Excuse me- Alissa dio la media vuelta y se retiró. Leonel siguió sus piernas con los ojos hasta que se perdieron en la distancia.
Entró al cuarto, las paredes blancas lo convencían de una limpieza metódica y generosa. No había mueble alguno, sólo una silla revestida de cuero negro. Se sentó con naturaleza y cerró los ojos.
Pasó el tiempo y escuchó la puerta abrirse lentamente.
-Mr. Grenshaw, nice to meet you- un hombre robusto, alto y de pelo negro lo saludaba. Vestía un uniforme blanco, tapabocas de igual color y bata color azul cielo.
-This is going to be very fast, no pain ¿ok?-
-Ok... I’m so looking forward to this- Leonel pintó una sonrisa como nunca antes vista en su rostro. Era feliz.
-You all are- el hombre bromeaba un poco. Leonel cerró los ojos de nuevo, como al principio y se aferró al borde de la silla de cuero negro.
-One, two, thr…-
Leonel ya no pertenecía a este mundo, ya era feliz para siempre. Había alcanzado la máxima felicidad y nadie podía quitársela. Leonel había sido lobotomizado. La sonrisa permanecía intacta, inmaculada, perfecta.
Era tan insoportable la vida que llevaba, la monotonía de la cual era víctima, que decidió optar por una vida donde todo era igual, pero al menos no lo sabía. Al menos no lo tenía que vivir.
Una felicidad absoluta dentro de una fantasía horrible.

sábado, 11 de mayo de 2013

Turno vespertino.


Dicen que lo peor viene a las 3 de la mañana, obviamente no vivieron en tiempos actuales. Toparte con tráfico cuando vas al trabajo, llegar al Oxxo a las 2:05 de la mañana un sábado, encontrarte a la ex que más te odia en el centro a la hora de comida, aventarse un pedo en los elevadores del Palacio de Hierro un sábado a las 4 de la tarde. Todas ellas, actividades malísimas, no es que uno las planeé; bueno a veces es divertido, cuando estas con tus mejores amigos o andes hasta la madre de borracho. No digo que andar borracho a esa hora sea un rito ortodoxo pero a veces la suerte es como una moneda al aire: puede caer en una alcantarilla.
En fin, la suerte no la hace uno; tomamos decisiones pero eso no nos convierte en un gurú de lo casual. Lo casual llega como si fuera un balde de agua fría o caliente; si llega tibia, siéntate en un trono y táchame de pendejo. No serás el primero ni el último.
El punto es que eran las 2 de la tarde cuando me habla Gerardo, mi jefe, y me comenta que Margarita, su esposa, milagrosamente no podrá ir a trabajar. Ok. Me tengo que levantar de mi ForeverLazy y manejar hasta el centro de Monterrey a cubrir su turno. Trabajo en un hotel en el centro de la ciudad, hotel “Maravillas”. El turno que tengo que cubrir es de 3 de la tarde a 11 de la noche.
Me baño y salgo con una playera negra donde el comegalletas se merienda a una chica. Se lee “Nookie is the new cookie”, vaya juego de palabras. 15 pesos en el mercado de la colonia Cuauhtémoc.  El taxista se queja de sus hijas, de su trabajo y de su día. Al parecer soy el bote de basura de una sociedad que pide pan y le dan un pedazo de materia fecal para chupar. Al menos podemos hablar ¿no?
En los momentos silenciosos del “raid” me pregunto en que habrá acabado el episodio de “How I Met Your Mother que acababa de salir este lunes. Da igual, me quedaré con la duda, el wifi del hotel sirve de igual manera que un manco para cambiar focos.
Llego al hotel y Gerardo me mira con una cara de disgusto, así como: “esperaba que llegaras antes”, yo lo saludo y le deseo que se atragante con una bola de pelos púbicos de Margarita. Me avienta la camisa del uniforme del hotel. Un blanco que dice: “Hola ¿vaginal, oral o anal? ¿Dos o tres horas?”.
Las dos horas están a 100 pesos y las tres horas están a 120 pesos, todos piden tres horas pero para las dos horas ya están saliendo del hotel. Lástima.
A los alrededores del hotel está un puesto de tacos a vapor que, por alguna razón, cierra hasta las 9 de la noche y una tienda de revistas. Cada día me chingo un periódico, una TvNotas y una Playboy, ya saben, por eso de los “artículos” de página desplegable.
En fin, no hay mucho que hacer en un hotel de mala muerte en la parte chuntara del centro. Sólo me dedico  tomar el dinero, dar las llaves correspondientes al cuarto en donde se comerían algunas “pizzitas”. “Pizzitas”, siempre me dio risa que Nancy llamará así a su parte íntima. Nancy es la chava que administra la tienda de revistas. No pasa nada entre nosotros. Pero si se coge a Gerardo. ¡La vida es una mierda disfrazada de oportunidades!
Nancy le llamaba así, no recuerdo exactamente porque, pero tenía algo que ver con el queso y las altas temperaturas. Nancy tiene un sentido del humor muy ácido, lo cual me cayó como anillo al dedo cuando la conocí; no conocía al alguien con un humor similar al mío.
Una vez me comentó que se había ido a Nueva York con un amiguito, resulta que este amiguito tenía cierto gusto por las mujeres grandes y la comida rápida. En una noche de copas, el amiguito, del cual nunca supe el nombre, se chingo a una negra de dimensiones algo toscas. Nancy me la describió así: “era una mujer de esas que tú ves y no la chingues, púrpura como la nada wey y estaba tan marrana que me imagine que en vez de niños iba a dar a luz franquicias de McDonalds. Un pinche pantano de mujer”. Nancy tiende a exagerar para probar un punto, pero es divertido imaginar que si acercara mí oído a la “pizzita” de esa mujer escucharía algo así como: Bienvenido a McDonalds ¿puedo tomar su orden?
Nancy no estaba hoy así que me la pase jugando a contar cuantas parejas pasaban por el lobby y tenía cronómetros para cada una de ellas. Lo máximo que conté ese día fueron dos horas con 16 minutos. El mínimo fue de una hora 33 minutos.
Yo no soy una persona que juzgue, digo, todos tienen el derecho de hacer de su cuerpo lo que quieran pero, cuando trabajas en un hotel, eso de juzgar a las personas empieza como un juego para convertirse en casi una “práctica de trabajo”.
Después de 13 parejas y un doce de Indio, mi turno terminó. Mañana regresaré a lo mismo.
Ojala y Nancy este aquí conmigo y no cogiendo con Gerardo en un cuarto pinche de este pinche hotel.
Por el momento tengo mi playboy y mis diez pesos para la ruta 117 Abastos.