-¿Me comes otra vez?- me dice
sin pudor, ese barco zarpó hace unas horas.
Me hundo entre su regazo y
escucho las erupciones atropelladas de un volcán de inminente peligro. Así
permanecí alrededor de unos 10 minutos, bañado en las olas venéreas de una
mujer cuarentona en celo. No me arrepiento.
Toma de mis cabellos rizados y tira de ellos
apartando mis labios de su sexo.
-¡Ahora bésame!- casi arranca
mi cabeza de un impulso y entierra mi cara en la suya, nuestras lenguas graban
sus rastros, serpentean por nuestros cuellos, regresan a nuestras bocas, siguen
surcando en zigzag, en sinuosidades caprichosas, arrastran la saliva que se
seca y colorea nuestra piel de matices impúdicos. -¿Seguimos en el cuarto?- balbucea entre
dientes, me muerde la parte inferior de mis labios. Sabe que me encanta. Me
encanta.
-No- desaparezco los tirantes
de su vestido negro, sus hombros saben a vainilla.
-Hueles rico- pendejazo.
-Gracias- súbitamente todo se
vuelve incomodo otra vez, hay una voz en mi cabeza que me grita que esto está
mal. Debería irme pero la palma de su mano acaricia mi entrepierna sobre el
pantalón. No debo irme. No así. No ahora.
Separa su cuerpo del mío y sé
cuál será su siguiente movida.
-¿Me deseas?- su mirada es
penetrante, obscena.
-Si- le respondo tranquilo.
Se desnuda frente a mí, sus pechos son
perfectos.
-¡No mames!- parece
veinteañera, incluso jailbait.
-¿Te gusta?- Maldita puta,
sabe que sí.
La beso como nunca besé antes,
la toco como si no hubiera mañana. Amarro mis manos alrededor de su cintura y
la junto a mi cuerpo, puedo sentir lo duro de sus pezones contra mi pecho,
inclusive puedo sentir la humedad que proviene de sus muslos.
La empujo hacia la pared con
mi cuerpo, la toco más y más, mis manos repasan su cuerpo de pies a cabeza. Me
susurra que está lista, yo también pero no quiero parar de manosearla. Cada
roce con su piel me hace sentir más vivo. Le muerdo los pezones y la espalda.
Le beso el vientre plano como vereda, fruto maduro de un pecado añejado. Diosa
de diosas. Musa de musas. Fuego de fuegos.
No hay nadie más para mí en
este momento. No hay nada más que su desnudez y su entrega. Me habla con
obscenidades y me muerde el lóbulo de mi oreja izquierda. Me gime con la voz
entrecortada. El sudor resbala por su cuerpo desnudo. Se mezcla con el mío. El
ambiente se torna denso y los jadeos se convierten en deseos espesos, en
aullidos sexuales.
Me detengo para contemplarla,
es una escultura en carne viva.
-¿Por qué paras?- me reclama
borracha de lujuria.
Me desnudo frente a ella. Me
acuesto a su lado y le beso mucho más. Toma de mi espalda y sus uñas desgarran
mi piel, me excita más cada que lo hace. -¿Traes un condón?-
Puta madre. Sabía que se me
olvidaría algo. ¿Recuerdan el checklist? Exacto.
-No- le digo casi casi con
miedo.
-No importa, hazme tuya- su
respiración es fuerte y vehemente.
-Ok- que putas dice a eso.
Introduje mi sexo en el de
ella, un temblor adornado con un chillido me dio la bienvenida a sus adentros.
Su monte de venus golpeteaba
contra mi vientre. Se escuchaba un chapoteo entre nuestros cuerpos, es esa fricción carnal, esa bendita fricción
que nos envolvía en un manto mojado y tibio.
Después de un tiempo del
vaivén de nuestras caderas me empuja hacia el otro lado de la alfombra, se
dobla frente a mí y me ofrece su boca como caverna amatoria. Su enjundia es
enervante, me toma unos minutos el entender que no es un sueño. Sus ojos miran
los míos, pausa en momentos para sonreírme y seguir escupiendo obscenidades.
-Ven- me toma de las manos y
se voltea. –Ahora así- se inclina hacia el frente y me deja ver las curvas de
su trasero.
No puedo evitar el impulso de
besarlas y pasar mi lengua por todo su contorno.
-Ya- su excitación es obvia,
refrescante, excitante.
Arremeto contra su trasero y
desde aquí la vista es hermosa. Mórbida pero hermosa.
El estremecimiento es tal que
un eco nos cerca. Nos confina en un mundo donde somos perfectos, un mundo en el
cuál el pecado es alabado, un mundo en el que se honra al semen.
Pasa un poco menos de media
hora y una presión se adueña de mi sexo. Ella lo nota, no sé como pero lo nota.
Me empuja al momento.
Los rastros de mi virilidad se
dispersan por su trasero. Ella gime aún más fuerte, de manera violenta podría
describir.
-¡Wow!- se voltea boca arriba
y se acaricia los pechos. –Mucho mejor- suspira y esconde sus pechos y su sexo
con una sábana que se encontraba por ahí.
-Lo sé- mi cuerpo sigue
goteando sudor en dicha sábana. Me acuesto a su lado y la beso.
Me regresa él beso y añade uno
más en la frente.
-¿Quieres una copa de tinto o
ya te vas?- sus palabras son firmes.
-Mmm…- ahora sí no sé qué
contestar a eso. –¿Me puedo quedar aquí?- pregunto en dudas.
-¡Claro!- ríe mientras lo
dice. –No pasa nada-
-Tinto entonces- ya me siento más
relajado.
-Me meteré a bañar, siéntete
en casa- una frase que está demás si me preguntan. Me sirve en la copa de color
negro, ya no me molesta tanto.
-Ok- bebo un poco de vino.
Mientras el agua corre en su
regadera, visito ciertas partes de su casa. La sala me dice que no está
divorciada y que no tiene hijos.
Las miradas en los ojos de su
esposo y en los de ella son como espinas en mi cabeza. Hoy ya no es “hoy”. Se
convirtió en un “hubiera”, en un “ojalá”. Adiós sentimientos, adiós futuro.
Un río de agua helada sube por
mi espina dorsal.
Ya no importa; ya lo hecho,
hecho está. Me siento como mierda como quiera.
Irrumpo en su baño para
meterme a bañar con ella.
-¡Hola extraño!- su sonrisa ya
no es igual.
-Hola- no hay sentimiento en
la mía.
Nos bañamos, nos queremos, nos
besamos, nos abrazamos bajo el agua caliente que vierte desde el cielo del
cuarto.
Somos cómplices, somos
pecadores. Aunque si lo pensamos bien y, bajo una doctrina cristiana, todos
nacemos pecadores hasta, imposiblemente, probar lo contrario.
No existen las casualidades
pero las causalidades están a la vuelta de la esquina. Si no vas a ellas, ellas
vienen a ti. Así de culera es la vida.
Aunque debo admitir que fue la
mejor revolcada que he tenido.
-¿Sabes qué? Mejor me voy,
tengo que hacer algo mañana- le digo apenas saliendo de la regadera.
-Ok ¿seguro? No hay problema-
me responde de manera dulce.
-Si- me visto y la beso.
Me abre la puerta y me manda
un beso. El último.
A veces paso por su
consultorio y me dan ganas de entrar y hacerla mía de nuevo. Besar ese escote etiquetado
de un 34B y olvidarme de las causalidades de la vida que, como dice José
Alfredo: NO VALE PINCHES NADA.
Parafraseo eh.