Sábado.
Desperté antes que ella y fui
a comprar el café que tanto le gusta, un par de donas rellenas de chocolate y
el periódico. Al salir de la tienda crucé hacia la florería y recogí sólo un tulipán.
Caminé con apuro hacia mi edificio y subí por las escaleras; el elevador se
tardó lustros en bajar.
Entre cuidadosamente a mi
apartamento, no quería despertarla. Aún era temprano cuando ya tenía la mesita
lista: dos tazas de café, una pieza de pan recién hecho en cada plato y, al
centro, un florero transparente. El tulipán se asomaba mostrando sus pétalos
color naranja y amarillo.
Se levantó y camino hacia la
ventana grande, contempló la vista que aquel octavo piso regalaba, los parajes
de la ciudad siempre le han gustado.
Me tomó por sorpresa, pues yo
leía el periódico y sus pasos eran silenciosos.
Traía puesta la camisa que use
el día anterior. Blanca, de vestir, abotonada a medias y con las mangas como
guantes.
Pasó por mi espalda y me
abrazó, me besó en la mejilla y exclamó: -¡Buen día!- sonreí y le pedí que se
sentara a desayunar.
Reímos hasta que terminamos
con el pan, se sentó en mis piernas durante el crucigrama; lo dejamos
incompleto. No somos tan intelectuales.
Por la tarde fuimos al zoológico,
recuerdo que me hizo reír tan fuerte que los demás presentes me veían completamente
desconcertados; de ahí, nos pasamos al museo y después, cruzamos una extensa plaza
para poder llegar al centro.
Allí, compró unos aretes y un
helado de vainilla, yo preferí un sorbete de limón.
Ya de noche y cansados,
optamos por quedarnos en el apartamento y ver películas. Siempre he tenido una
vasta colección, así que no tuvimos que hace paradas extra cuando regresábamos a
casa.
Dustin Hoffman, Merryl Streep,
Jennifer Aniston, Paul Rudd, Al Pacino, Jack Nicholson y ya muy de madrugada,
hasta Molly Ringwald, todos ellos nos hicieron compañía junto a las rosetas de
maíz y el vino tinto.
Se quedó dormida frente al
televisor y la cargue hasta la cama, me recosté junto a ella y la acomodé entre
mis brazos.
Besé su frente y cerré mis
ojos.
Domingo.
Dormimos poco. Tuvimos que
levantarnos a prisa pues se nos hacía tarde. Muy tarde.
Tomé su maleta grande y la ayudé
con alguna de la ropa: jeans, blusas, ropa interior, suéteres, metí un gorro
negro para el invierno, etcétera. Sabía muy bien que necesitaba llevarlos,
siempre ha sido muy sensible al clima frío.
Salimos del apartamento casi atropellándonos,
y ya en la calle, tomamos el primer taxi que nos hiciera una señal y nos
dirigimos hacia el aeropuerto.
AL llegar, corrimos hacia la
entada, le di su equipaje y la vi seguir adelante. Pasó por seguridad, chequeo
de equipaje, la línea que daba entrada a la sala de espera y, ya sentada me
llamó al celular.
Me llamó, no para despedirse,
sino para contarme todo lo que veía a su alrededor, todo lo que pasaba y que le
causaba gracia; ella es así. Me contó del chico que compraba de comer de manera
desesperada, de la señora que hojeaba revistas mientras su hijo le tiraba de la
falda y sostenía un dulce con la otra mano, la chica que flirteaba con la otra,
el abuelo que olía raro y su nietos que lo notaban. Todo aquello me dijo, pero
no me dijo adiós. Hablamos por 47 minutos y no me dijo adiós. Yo tampoco.
Cuando dieron la instrucción de
abordaje, me volvió a llamar. Me dijo:
-Marcos, te quiero decir que
estos cuatro años que estuvimos juntos han sido los más felices de mi vida, que
aunque me vaya, una parte de mí se queda contigo. Que te voy a extrañar
cantidades, que te voy a pensar y soñar todos los días y que nunca te voy a
olvidar. Te quiero decir que en estos cuatro años has sido mi todo, mi amigo,
mi confidente, mi amante, mi soporte, pero sobre todas las cosas, has sido el
único que nunca me dejo caer. ¡Te amo!-.
No tuve tiempo ni voz para contestar
y cuando me atreví a hacerlo, me interrumpió:
-Adiós-.
Nos escribimos correos y nos
vimos por internet, como nos habíamos prometido. Pero con el paso de los meses,
dejamos de hacerlo. Nos descuidamos, como sabíamos que pasaría pero que nadie
quiso aceptar cara a cara. Conoceríamos gente nueva, ella en otro lugar y yo
aquí.
Al menos sé que fue real y que por cuatro años, por cuatro hermosos años, la hice completamente feliz.