miércoles, 19 de junio de 2013

La pared roja

¿Te acuerdas de la pared roja? Pues sigue ahí, nunca la quise pintar de otro color. Inclusive sigue tu nombre en tinta blanca. ¿La extrañas?
Pasé un tiempo sin poder entrar a la habitación, dormía en el sofá. Aún no recojo el desmadre que me dejaste aquí, creo que siempre he sido fan de tus desplantes.
Esa pared roja y tú siempre tuvieron una conexión, no sé; ambas me hacían feliz y triste al mismo tiempo. La pared roja y su ventana que escurría lluvia, tú y tu piel canela bajo mis sábanas. Siempre tuve necesidad de regresar a aquella tarde/noche. El del miércoles aquel que te refugiaste en mi habitación, pues la lluvia estaba increíblemente reacia y no podías regresar a casa. Muy bien mi morada pudo serlo.
Recuerdo que faltamos a clases de especialización para llegar a la casa a ver películas. Desde que te tomé de la mano para salir del salón de clases supe que sería una gran tarde; suena raro, pero lo sabía.
Tomamos el periférico y avanzamos por las calles, íbamos parados entre tanta gente y platicábamos como si estuviésemos solos. Tocamos el timbre para poder salir del mueble.
Caminamos hacia la casa, tú y tus tacones, rojos por cierto, yo y mis converse negros. Tú y tus pantalones entallados, yo y mis pantalones flojos. Tú y tu blusa roja sin mangas y con cuello “V”, yo y mi camiseta negra de Deftones.
Transitábamos en zigzag, tratando de evitar todo micro-charco que reposara en el asfalto; tus preocupaciones de mojarte eran muy chuscas. A un par de casas, seguíamos platicando hasta que me tomaste de la mano y reposaste tu cabeza en mi hombro, -está cansada- pensé.
Alcance mis llaves al fondo de mis bolsillos y abrí la puerta, nadie se encontraba dentro de la misma. Todos mis compañeros se hallaban trabajando.
Te mostré la planta baja, el medio baño, la cocina, la sala carente de muebles reales, la alacena llena de papitas, palomitas, tostadas, botes de salsa, botes de frijoles, y una que otra botella de alcohol. Fuiste al baño y parecieron horas. Con decirte que hasta tuve la oportunidad de salir a fumar al patio de la casa. Por sí no lo sabías.
Saliste y llamaste mi nombre, entré por la puerta de la sala y te sonreí. Sonreíste de vuelta. Me gusta tu sonrisa, creo que nunca te lo dije. -¿Subimos?- pregunté.
Pasamos por los escalones blancos hasta el pasillo principal del segundo piso, nos dirigimos directamente a mi cuarto. Esa puerta que leía: “I <3 Crimi”; y hasta abajo tenía un escrito en marcador negro que decía: “Y las guamas también”. Esa puerta color blanco. Todo mi mundo se descubría para ti, los barrotes imaginarios que separaban ese cuarto del mundo real estaban cayéndose mientras girabas la perilla.
-¿Por qué escribes en tus paredes?-
-Ammm, me gusta-
-Este está bonito: “Los finales felices tienen principios turbios”. ¿De quién es?-
-Mío-
-¿Todos?-
-Sí, y los que faltan- leíste unos cuantos más y sonreías.
-Me gusta como escribes, me gusta mucho. Deberías escribir libros.-
-Gracias, pues sería un sueño hecho realidad-
-¡Nooo! Me gusta más este: “Somos un suspiro hechos carne”. Me encanta como escribes-
Sólo te sonreí mientras seguías admirando mi colección de frases en las paredes. Te detuviste en la pared roja y me volteaste a ver, sorprendida me dijiste: -Esta pared es la chingona ¿verdad?-. Todas las mejores frases estaban escritas ahí. –Sí, es la que más me gusta, hay algo en el color-.
-¿Cuál vamos a ver?-
-No sé, tengo varias ¿de qué tienes antojo?-
Siempre he creído que las películas en casa, al igual que las meriendas, son de antojo. Son como un café en días lluviosos. Yo estaba preparado para ese tipo de eventos, siempre he tenido una colección muy variada de películas y, en esa casa tenía tres tazas para café: dos eran cortesía de la casa de mamá y la tercera era un taza color negro, cuadrada y en la base tenía un trozo de cinta canela que decía: “Lluvia”. Era mi taza preferida.
Miraste el estante detenidamente hasta que tus ojos se detuvieron en “La chica del Dragón tatuado”. -¡Esta! Nunca la vi- la sacaste de su respectiva caja, abriste el reproductor de DVD y prendiste la tele. –Oye, ¿cómo le hago?-
Te explique detalladamente, pensé que te sería útil acostumbrarte a los artefactos de mi cuarto. No preguntes porque.
Te recostaste en la cama y te cubriste con la sábana azul que la cubría. Me senté a tu lado al comenzar la película, me tiraste de los hombros para quedar a tu par, contra el colchón.
Así pasaron los minutos mientras disponíamos atención al televisor, nos enredamos en la trama, recuerdo que te tuve que explicar algunas cosas, me sentí como si fuésemos pareja. De repente, comenzó a llover desesperadamente, las gotas de agua golpeaban la ventana de la pared roja de manera incesante, me abrazabas mientras los truenos hacían eco en el aire. Me abrazabas fuerte. Te abrazaba fuerte.
A media hora del final pausaste la función y atendiste las gotas de lluvia que caían por la ventana. –Se ve bonito ¿verdad?- tus ojos reflejaban el brillo del agua. –Bastante- pero yo te veía a ti; la ventana la había visto mil veces antes.
Nos reincorporamos para caminar hacia el cristal, la vista dejaba mucho a desear: un techo de aluminio oxidado, ramas secas, basura, entre otros tipos de desechos. Creo que hablo por los dos cuando acepto que la vista era lo de menos.
Te abracé por detrás, mis manos acariciaban tu estómago y mi boca reposaba en tu cuello. Quedamos como estatuas, como amantes en confianza, como íntimos extraños. Estuvimos así por varios minutos, minutos que se creyeron vidas.
Nos besamos delicadamente y regresamos a la cama. Ya bajo las sábanas terminamos de besarnos para proseguir con la cinta pero ya no tenía sentido, se te había olvidado la mayor parte de la misma. Cuando quise explicar de nuevo, me tomaste por los brazos y, en un movimiento, terminaste sobre mí. Me mirabas hacia abajo y sonreías con emoción. Ya sabíamos cuál era nuestro destino.
-Vamos a la tienda- me dices mientras te inclinas para besarme de nuevo. Pude haber visto tu escote pero preferí verte los ojos, aunque los tuvieras cerrados.
-¿Sacas que está lloviendo a cántaros?- sí, nunca te gustó eso de la palabra “sacas”.
-¿Y qué? Quiero tomar tantito-
-Ok, vamos. Oye tengo whiskey, no prefier…-
-No, quiero cheve-
Salimos de la casa y ya está algo obscuro, te tomo de la mano y todo es tan natural. Como si fuera un pasado que se vive hoy.
-Le encargo un seis de Tecate Light, por favor-
-Claro que sí compadre, espéreme tantito-
-No hay cuidado-
El señor de la tienda se va hacia la parte posterior del lugar y lo substituye, quien yo creo es, su esposa.
-¿Le cobro el six joven?-
-Sí, por favor-
-Se ven muy bien los dos ¿son vecinos nuevos?-
-Ahh…- no sabía que responder.
-Sí, nos acabamos de casar. ¿Se nos nota?- me interrumpiste para jugar al ahorcado con una señora de sesenta y tantos años.
-Se ven felices, que bueno. Son 73 de la cerveza y ¿van a llevar algo más?-
Te volteé a ver en espera de una respuesta, me volteaste a ver en espera de una pregunta.
-No, gracias- al fin respondiste, vestías una sonrisa gigante y hasta “enamorada”. Yo te lo hubiera creído, creo que al final sí lo hice.
Regresamos a la casa empapados.
-Voy a hablar a la casa. Oye ¿me puedo quedar aquí?- esa decisión ya la habías tomado antes de preguntarme.
-Claro, me gustaría- me guiñaste el ojo y saliste al patio techado.
Te habrás tardado un par de minutos mientras yo reacomodaba la botella de William Lawson’s casi llena en la alacena.
-Tráete la botella, que flojera que estés bajando a cada rato por ella-
-Vale, está bien- tomé la botella y un par de bolsas de frituras.
Subimos las escaleras a paso lento, como si no quisiéramos despertar a los demás, sin embargo, mis amigos no habían llegado a dormir. Tenían esa maña, vivían juntos pero de vez en cuando se iban a dormir a la casa de sus padres.
En fin, llegamos a la puerta de mi cuarto y la lluvia se escuchaba aún más fuerte. Los relámpagos, los truenos, tu mirada, tus labios, tu contorno, todo era bello.
-¿Me la abres?-
Le da un sorbo generoso y refrescante a la cerveza, yo apenas traigo dos tragos de whiskey.
La siguiente hora nos la pasamos tirados en la cama, tú citas frases de la pared roja, aleatoriamente y siempre con algunas preguntas entre cada una de ellas.
-“Amar no es acción, es reacción” esa me gusta bastante, bueno todas las de la pared roja. Oye ¿y por qué roja?-
-Así estaba cuando me mudé y pues me encantó-
-¿Le has dedicado una de estas a alguien?-
-No- le decía la verdad. Eran muy personales para regalarlas a cualquier persona.
-¿Cuándo empezaste a escribir?-
-La primera vez tenía como trece años, no era muy bueno, a los quince empecé a escribir canciones; tenía una banda. Krrusel se llamaba, tocábamos en la prepa y en la casa de mamá. A los veinte empecé a pulir mi pluma, empecé a leer bastante y me dio por escribir de nuevo-
-¿Y esta? “No te bajo las estrellas, te cargo en mis hombros para que tomes las que quieras”-
- Esa se me ocurrió mientras escuchaba “Paloma Querida”, estaba demasiado ebrio-
-¿Escribes mucho andando ebrio?-
-Ernest Hemingway dijo una vez: “Escribe borracho; edita sobrio”-
-Jajajaja suena como mucho trabajo-
-Lo es… la verdad no-
-Me gusta esta para hoy: “Hacer el amor es una sinfonía de emociones”-
Te miré y sin hesitar te besé, nos besamos, nos tocamos, nos desnudamos las miradas y me dedique a tu cuerpo. Tus labios, tu barbilla, tu cuello, tu hermoso cuello color canela, tu escote, la planicie de tu vientre. Te bajé los pantalones despacio, miedoso que se fueran a escapar las delicias que guardaban bajo los mismos.
-Sólo los pantalones, se serio-
-Jajajaja vale, lo haré- te lo dije mientras besaba tu tanga rosa.
-Cuéntame de esta: “Se pronuncia amantes; se escribe con la lengua”-
-Esa la escribí hace mucho tiempo…-
-¿Estabas borracho?- te reías mientras lo dijiste.
-No, estaba muy solo- me miras y acto siguiente, descansas tu cuerpo semidesnudo sobre mí. Tu respiración golpeaba mi pecho como caballos al aire.
-¿Cuál es la historia de esta? “Entre orgasmos te busco a ti”-
-Chica equivocada-
-Wow, que mal-
-Así pasa, me imagino que has estado con un hombre equivocado-
-No, solo mi ex-
-¿Neta?-
-Sí ¿ es raro?-
-No, para nada-
-Esta está rara: "Si me olvidas, que mas da"-
-Esa es de  una canción mía, se llama "Sólo esta vez"-
-Cántamela-
Tomé la guitarra y empecé a cantar. Al terminar, me besaste; fue diferente, mucho más romántico.
-La amé, cantas hermoso-
-Gracias-
-Yo también puedo escribir poesía-
-A ver-
Tomaste una de mis llaves y esculpiste tu nombre en la pared roja, contrastando el color original con el blanco de la cal. Ocho letras en armonía. Ocho letras convertidas en pasión. Ocho letras te bastaron para hacerme feliz.
La lluvia no cesaba y la madrugada, el alcohol y la cercanía nos dejaba un sabor a cariño en la boca. Nos besamos eternamente, me quitaste la playera,los pantalones y el boxer. 
-No es justo que yo este desnudo y tú no-
-Jajaja ok, me quitare la blusa pero no el sostén ni la braga-
-Va-
Te paraste de la cama para remover la vestidura del tronco de tu cuerpo. Lo hiciste suave y lento. Yo estaba empapado en saliva.
-¿Ya, contento?- te escabulliste dentro de la sábana color azul pardo y nos entregamos al juego de manos. Una practica convencional y por más deliciosa.
-Te deseo-
-Yo también- me dijo
Aparté tu sostén rosa de encaje, tu piel hacía un sublime contraste con tal color. Tus pechos libertinos, firmes, confortantes, sabor dulce. 
Los mimé y me tomaste del cuello de manera agresiva.
-Hazlo-
Fui descendiendo por tu cuerpo hacia tu tanga, mordí tus muslos, tu entrepierna y finalmente la retiré. Nunca olvidaré tu ropa interior en el piso de mi cuarto. 
Hicimos el amor como locos, tuvimos sexo unos minutos después. 
-Ya va a amanecer y me tengo que ir-
La lluvia se había aplacado y yo sabía que tenías que regresar a casa. 
-Me meteré a bañar- caminaste hacia la regadera, totalmente desnuda y contoneando tus caderas. Tu trasero es una obra de arte.
-¿Vas a venir o no?- me preguntaste mientras volteabas la mirada hacia atrás, retándome. Era obvia la respuesta.
Nos bañamos e hicimos el amor una vez más, entre besos y unos cuantos te quiero, nos despedimos. Te alcancé a la mitad del camino para besarte una vez más y te acompañe a la parada del periférico.  
Al siguiente día, nos quisimos más. Todos aquellos juegos, las caricias, tus pies entre mis pies en el salón de clases, las conversaciones por internet a bancos de distancia en el aula, las miradas mientras presentábamos exámenes, los coqueteos se volvieron en una realidad hermosa. 
Hasta que nos dejamos de ver. 
Tú en tu lugar y yo en el mío.
Ocho letras para hacerme sentir triste. Ocho letras que aún se leen en mi pared roja. Ocho letras que cuido a diario.