miércoles, 29 de mayo de 2013

La vida es bella

La vida se vuelve monótona después de unos pasos al precipicio, todo se vuelve gris, las palabras carecen de sentido, las miradas no tienen dirección, no hay un propósito.
As redes sociales se vuelven en una herramienta fiel a la anonimidad, el trabajo se convierte en cadenas que nos atan a lo mismo de lo mismo. El poco a poco se convierte en mucho a mucho.
Leonel trabajaba en un banco, su puesto era administrativo, revisaba las cuentas de los clientes para liberarles préstamos o negarles una vida de posibilidades.
Todos sus días eran lo mismo: la visita al gimnasio de las 6 de la mañana a las 7 y media de la misma, caminar hacia su casa sin reparar en su derredor, bañarse inmóvil dejando caer el agua sobre el pelo de su cabeza y su espalda alta, el traje negro con camisa blanca y la corbata roja perfectamente colocada bajo los pliegues de su camisa y rozando su manzana de Adán, el camino al banco, los extraños en su escritorio demandando dinero, la hora de comida, más extraños y formalidades, formatos, oficios, el regreso a casa en camión, los mismos paisajes industriales y las mismas casas maltrechas de las colonias aledañas a su hogar, la cena prehorneada o precocida, las mismas sábanas, las mismas páginas pornográficas, la misma sensación al terminar en la taza del inodoro y el mismo rezo al mismo Dios.
Lo cíclico de su vida le estaba asesinando día a día, sin embargo, él se portaba indiferente frente a los demás. Nadie sabía que imaginaba cosas muy perturbantes durante su travesía diaria. Así es, Leonel era un bomba de tiempo, ni él sabía cuándo iba a explotar, o implotar, que sería más propicio.
Navegando por Internet, Leonel encontró una dirección electrónica que satisfacía su máxima fantasía. La dirección web se leía “lobedandhappy.com”. No, no estaba mal escrito.
Al dar click en el vínculo a la página, Leonel comprendió que no era un servicio fácil de recibir y, además, era muy costoso. Demasiado costoso.
Pasaron alrededor de tres años; Leonel estaba obsesionado con la página y entraba todos los días para asegurarse de que el precio no hubiese aumentado. Nunca lo hizo.
Se volvió más retraído, más raro, más gris. Sus colegas dejaron de saludarlo pues no recibían ni una mirada a cambio. Su jefe trató de hacerlo entrar en razón, trató de convencerlo de participar en el ambiente de trabajo pues, aunque no lo apreciaba, no lo podía despedir. Verán, desde el descubrimiento de la página web, Leonel se convirtió en el mejor empleado de la empresa, recibiendo así, clientes y más clientes; bonos y más bonos.
Todo ese dinero iba a terminar en un frasco que leía “lobedandhappy” y que guardaba en un cajón bajo llave en la caja fuerte del mismo banco donde trabajaba.
Después de tres largos, repetitivos y fructíferos años, Leonel sostenía el monto suficiente para pagar el servicio de su página adorada y el pasaje a las instalaciones de la empresa Lobedandhappy Inc.
Hizo el trámite en línea. Lo atendió una chica con acento europeo llamada Alissa. Leonel se enamoró de su voz, parecía voz de radio.
La chica le dio la letra de la puerta del aeropuerto donde la limusina con placas LAH0300 pasaría por él para llevarlo a las instalaciones principales de la empresa.
Leonel partió un martes. Un lluvioso y triste martes.
Llegó a un aeropuerto en París e inmediatamente buscó el número de la puerta que se le había asignado. Al llegar, la limusina ya esperaba por él. El chófer salió y abrió la puerta izquierda del vehículo, sin hablar le dio la señal a Leonel para que entrara y se sintiera cómodo. Lo hizo.
Dentro de la limusina había varias botellas de vinos finos. Se tomó tres copas. Se sentía un poco alcoholizado, soñado.
Nunca conoció las instalaciones, así que cuando llegaron a un edificio alto y lujoso, se imaginó importante; casi como se creía su jefe en la oficina principal, que bien pudiera haber ocupado las dimensiones de una suite.
-¿Mr. Leonel Grenshaw?- le preguntó la recepcionista, cuyo identificador leía “Alissa”.
-Yes, that’s me- sus palabras se atropellaban de la emoción.
-Please, follow me to your room- Alissa salió de su cubículo y lo encaminó hacia un pasillo de paredes blancas, impecables de limpias. Leonel sólo prestaba atención a la falda ceñida y el trazo sútil de las bragas bajo la falda de su guía.
-Here we are, room 6- le regalo una sonrisa sincera –one of our specalists will be with you in about half an hour, ¿Do you need anything? Glass of wine, cigarettes, you name it- de nuevo esa sonrisa angelical.
-No, everything is ok, I appreciate it- sonó algo nervioso y se disculpó.
-No need to apologize Mr. Grenshaw, we appreciate your business. Excuse me- Alissa dio la media vuelta y se retiró. Leonel siguió sus piernas con los ojos hasta que se perdieron en la distancia.
Entró al cuarto, las paredes blancas lo convencían de una limpieza metódica y generosa. No había mueble alguno, sólo una silla revestida de cuero negro. Se sentó con naturaleza y cerró los ojos.
Pasó el tiempo y escuchó la puerta abrirse lentamente.
-Mr. Grenshaw, nice to meet you- un hombre robusto, alto y de pelo negro lo saludaba. Vestía un uniforme blanco, tapabocas de igual color y bata color azul cielo.
-This is going to be very fast, no pain ¿ok?-
-Ok... I’m so looking forward to this- Leonel pintó una sonrisa como nunca antes vista en su rostro. Era feliz.
-You all are- el hombre bromeaba un poco. Leonel cerró los ojos de nuevo, como al principio y se aferró al borde de la silla de cuero negro.
-One, two, thr…-
Leonel ya no pertenecía a este mundo, ya era feliz para siempre. Había alcanzado la máxima felicidad y nadie podía quitársela. Leonel había sido lobotomizado. La sonrisa permanecía intacta, inmaculada, perfecta.
Era tan insoportable la vida que llevaba, la monotonía de la cual era víctima, que decidió optar por una vida donde todo era igual, pero al menos no lo sabía. Al menos no lo tenía que vivir.
Una felicidad absoluta dentro de una fantasía horrible.

sábado, 11 de mayo de 2013

Turno vespertino.


Dicen que lo peor viene a las 3 de la mañana, obviamente no vivieron en tiempos actuales. Toparte con tráfico cuando vas al trabajo, llegar al Oxxo a las 2:05 de la mañana un sábado, encontrarte a la ex que más te odia en el centro a la hora de comida, aventarse un pedo en los elevadores del Palacio de Hierro un sábado a las 4 de la tarde. Todas ellas, actividades malísimas, no es que uno las planeé; bueno a veces es divertido, cuando estas con tus mejores amigos o andes hasta la madre de borracho. No digo que andar borracho a esa hora sea un rito ortodoxo pero a veces la suerte es como una moneda al aire: puede caer en una alcantarilla.
En fin, la suerte no la hace uno; tomamos decisiones pero eso no nos convierte en un gurú de lo casual. Lo casual llega como si fuera un balde de agua fría o caliente; si llega tibia, siéntate en un trono y táchame de pendejo. No serás el primero ni el último.
El punto es que eran las 2 de la tarde cuando me habla Gerardo, mi jefe, y me comenta que Margarita, su esposa, milagrosamente no podrá ir a trabajar. Ok. Me tengo que levantar de mi ForeverLazy y manejar hasta el centro de Monterrey a cubrir su turno. Trabajo en un hotel en el centro de la ciudad, hotel “Maravillas”. El turno que tengo que cubrir es de 3 de la tarde a 11 de la noche.
Me baño y salgo con una playera negra donde el comegalletas se merienda a una chica. Se lee “Nookie is the new cookie”, vaya juego de palabras. 15 pesos en el mercado de la colonia Cuauhtémoc.  El taxista se queja de sus hijas, de su trabajo y de su día. Al parecer soy el bote de basura de una sociedad que pide pan y le dan un pedazo de materia fecal para chupar. Al menos podemos hablar ¿no?
En los momentos silenciosos del “raid” me pregunto en que habrá acabado el episodio de “How I Met Your Mother que acababa de salir este lunes. Da igual, me quedaré con la duda, el wifi del hotel sirve de igual manera que un manco para cambiar focos.
Llego al hotel y Gerardo me mira con una cara de disgusto, así como: “esperaba que llegaras antes”, yo lo saludo y le deseo que se atragante con una bola de pelos púbicos de Margarita. Me avienta la camisa del uniforme del hotel. Un blanco que dice: “Hola ¿vaginal, oral o anal? ¿Dos o tres horas?”.
Las dos horas están a 100 pesos y las tres horas están a 120 pesos, todos piden tres horas pero para las dos horas ya están saliendo del hotel. Lástima.
A los alrededores del hotel está un puesto de tacos a vapor que, por alguna razón, cierra hasta las 9 de la noche y una tienda de revistas. Cada día me chingo un periódico, una TvNotas y una Playboy, ya saben, por eso de los “artículos” de página desplegable.
En fin, no hay mucho que hacer en un hotel de mala muerte en la parte chuntara del centro. Sólo me dedico  tomar el dinero, dar las llaves correspondientes al cuarto en donde se comerían algunas “pizzitas”. “Pizzitas”, siempre me dio risa que Nancy llamará así a su parte íntima. Nancy es la chava que administra la tienda de revistas. No pasa nada entre nosotros. Pero si se coge a Gerardo. ¡La vida es una mierda disfrazada de oportunidades!
Nancy le llamaba así, no recuerdo exactamente porque, pero tenía algo que ver con el queso y las altas temperaturas. Nancy tiene un sentido del humor muy ácido, lo cual me cayó como anillo al dedo cuando la conocí; no conocía al alguien con un humor similar al mío.
Una vez me comentó que se había ido a Nueva York con un amiguito, resulta que este amiguito tenía cierto gusto por las mujeres grandes y la comida rápida. En una noche de copas, el amiguito, del cual nunca supe el nombre, se chingo a una negra de dimensiones algo toscas. Nancy me la describió así: “era una mujer de esas que tú ves y no la chingues, púrpura como la nada wey y estaba tan marrana que me imagine que en vez de niños iba a dar a luz franquicias de McDonalds. Un pinche pantano de mujer”. Nancy tiende a exagerar para probar un punto, pero es divertido imaginar que si acercara mí oído a la “pizzita” de esa mujer escucharía algo así como: Bienvenido a McDonalds ¿puedo tomar su orden?
Nancy no estaba hoy así que me la pase jugando a contar cuantas parejas pasaban por el lobby y tenía cronómetros para cada una de ellas. Lo máximo que conté ese día fueron dos horas con 16 minutos. El mínimo fue de una hora 33 minutos.
Yo no soy una persona que juzgue, digo, todos tienen el derecho de hacer de su cuerpo lo que quieran pero, cuando trabajas en un hotel, eso de juzgar a las personas empieza como un juego para convertirse en casi una “práctica de trabajo”.
Después de 13 parejas y un doce de Indio, mi turno terminó. Mañana regresaré a lo mismo.
Ojala y Nancy este aquí conmigo y no cogiendo con Gerardo en un cuarto pinche de este pinche hotel.
Por el momento tengo mi playboy y mis diez pesos para la ruta 117 Abastos.

Los gatos pardos son gatos y ya.


Elisa vivía en una casa roja. Elisa era una puta de 16 años. María era su vecina, también puta.
La mierda se huele, no sé como pero siempre se huele; cuando esto pasa el universo se vuelve mágico y todo alrededor de él es un sueño. Digamos que los cumpleaños vienen cada año pero cuando hay putas, los cumpleaños son cada erección. De las buenas, digo.
En fin, Elisa tiene un novio, Matías. Matías sabe cuánto es uno más uno pero hazle una resta y el pendejo te dirá la verdad. Las sumas no son iguales que las restas. Las sumas necesitan dedicación, las restas necesitan malicia.
Verán, Elisa es una puta, como ya lo había citado; Matías es su novio, es un corderito disfrazado de gusano. El muy idiota es el capitán del equipo de fútbol de la colonia, da igual que lo nombren “Comisionado de pedas en casa de puta madre quién los domingos por el mediodía”. Matías se muere por Elisa y María se lo quiere coger. Accidentes de tráfico con un inverosímil predicamento de intereses. Nos da igual a los que los vemos, pero en su cabeza es un pedote moral. Poncio Pilato fue adolescente también.
Lucy es la autoproclamada mujerzuela de la colonia. Si conoces a Lucy, sabes que los anos se hicieron para cagar y para renacer. Lucy no se quiere joder a Matías, dice que está por debajo de su clientela. ¿Quiere que se la meta un pinche premio Nobel? ¿Qué puede esperar de la colonia Benemérito de las Américas? No hay quién pueda con la vieja, y no es que esté buena; bueno sí, el pedo es que no coge con los de aquí por ser arribista. Tráiganme un burro para llevarla a Estados Unidos para que coja con la misma basura de aquí pero con “green card”. Lo moralista se lleva en los pantalones y las faldas. No quieran tragar y comer pinole. Porfa.
El punto central es esté, Elisa tiene como 2 años con Matías y no han hecho el amor, María quiere con él y Lucy los ve desde su cocina mientras cocina huevos revueltos para sus hijos. No hay nada de malo ahí, ¿cierto?
Elisa camina todos los días hacia la preparatoria, lo sé porque yo camino con ella. Es buena niña, con los calzones puestos. María camina con nosotros, el problemas es que María ya sabe muchas cosas de mí y seguro Elisa también.
Les hablare un poco de María.
¿Ya respiraron hondo?
María esta buenísima. Tetas grandes, nalgas que ni rezando se hacen más chicas, abdomen plano, cara de princesa, todo. El pedo es que María tiene un fetiche; yo siempre he dicho que a todas las mujeres les gusta que les laman el ano. Te dirán que no, pero en su lenguaje carnal “no” es  “si, y cabrón”. Los pinches reto.  So, María tiene el fetiche que le mamen el ano antes de tener relaciones sexuales, lo cual no es muy agradable, no soy el rey de la higiene pero hay que tener poquita madre. No somos negros en esclavitud. ¿Ya saben? ¡Mutombo! tráeme el periódico, corta mis uñas, limpia la mierda de mis zapatos, baila agitando esos platillos como el mono del circo”. Lo normal.
Bueno, el ano de María era un desperdicio clínico; creo que me dijo que se metía tantas cosas por ahí que ya no sabía si darle de comer o cercenarlo. Chernóbil y sus niñas con tres cabezas eran Las Vegas, así de cabrón. Aún tengo el sabor de esa madre en la boca, sabía a dip de cebolla con ajo. El tequila les contrarresta, créanme. O vinagre, choose your poison.
María me buscaba y yo siempre la encontraba, en su casa y con miles de películas. Siempre he sido cinéfilo y curioso. Una vez vimos una porno y ninguno hizo nada por joderse al otro, fue hermoso.
Regresando a Elisa, caminábamos  y ella me contaba de un tal Elías y sus ganas de comérselo. La garantía de buena novia viene de fábrica, ya saben que los adolescentes copiamos todo lo que vemos en la televisión. No culpo a Disney ni a Pixar. Sus padres han de ser mierda, igual que yo y ella y María; por algo somos vecinos. 
Llegamos a la prepa y cada quien por su lado, sin beso ni nada. El beso es un intercambio de saliva y es lo mismo que dar un madrazo sin tener que darlo; mejor un “chinga tu madre” que un “ya te chingaste”… yo quiero a Elisa bien. No necesito esa presión ahora.
 María está en la misma clase de humanidades que yo, nos sienta bien la clase. Nos reímos de la filosofía antigua; ya ni el sexo es como antes y eso es decir algo. No es que sea arcaica, la filosofía de antaño, pero tiene unas tonalidades más rosas.
Todos los viernes vamos a casa de Elio, un pendejo que es amigo de Matías. Su mamá es teibolera y su papá fue por cigarros hace 18 años. Marlboro ha de estar cagandose de risa. En fin, la casa está sola.
Matías y Elisa cachondean un rato, María se mete conmigo o con Elio. Depende quien esté más pedo. El más pedo sólo se reporta en la puerta para pedir permiso de entrar, se regresa al baño y se masturba. Mejor solo que mal acompañado.
Los condones que usa María son de sabores, no sé porque, el oral lo da como si fuera por cupón. La vagina no tiene papilas gustativas, hasta donde yo sé.
María es una chingonada en la cama, cuando da sentones te deja las piernas como carne molida, puede que sea por sus nalgotas o porque se deja caer como si un fuera bungie. No sé, el asunto está denso.
Pero Elisa, siempre quise saber que le hacía a Matías y él no hablaba. Pinche mojigato.
Matías siempre salía hasta la madre del cuarto cuando Elisa salía muy tranquila. “Ella es una pro”
pensaba , pero no sabía y tenía que saberlo. Tenía que cogerme a Elisa, como fuere.
Hasta que un día se me dio; Matías la mando a la verga por que se enteró que Elías se la cogió en su carro de “mírame a huevo soy rico”. Elías no era adinerado. Cocaína convertida en talco de bebé.
-Vamos por unas cheves y un papel y nos quedamos en mi cuarto, a la verga la escuela- mi garganta era una catedral.
-Va- me dijo
Me hizo el oral más triste de la historia de los orales; mi pinche mano derecha estaba más entrenada. Cogimos como media hora hasta que dijo que le dolía. No soy Ron Jeremy ni su pinche doble. Aquí había algo más. Gato encerrado, dentro de la pussy de una “puta”.
-No puedo- me dijo mientras volcaba las sábanas sobre su cabeza
Ver-gas.
-Ya me voy a mi casa- me dijo en tono triste
-¿Y la cogedera?-
-Háblale a María, está afuera-
-¿Qué? ¿Por qué?-
-Quiere contigo wey, todo, así cabrón-
-Cuando salgas dile que se vaya a la verga-
-Jajaja se va a tropezar, pero le diré-
-Jajaja-
-Con la tuya puto, no sé porque te haces… allá tú-
Elisa ya no fue  a la escuela al día siguiente, todos nos preguntamos porque. Resulta que fue a visitar a Matías después de salir de mi casa. Matías la trato de la chingada. Elisa se mató esa madrugada. Nunca sabremos porque realmente.
María se convirtió en mi novia, estamos casados ahora.
Todavía me exige que la lama el ano. Su higiene ha mejorado, así que no me quejo.
Como si no me gustara su culo.
Lo amo.

Enséñale a un hombre a pescar ¿verdad?

martes, 7 de mayo de 2013

Paradojas nocturnas


Los clásicos achaques de soledad,
el unísono del canto silencioso de las paredes,
no estoy volviéndome loco,
probablemente más sensible.

Más sensible a las horas,
más sensible a los espacios,
ya parece que es invierno,
y mi cobija sofoca hasta mis ideas.

Mis ideas se tornan predecibles,
tontas, obtusas, aburridas,
la bebida siempre me torna divertido,
la botella solo dura lo que puede durar.

Es la luz de la computadora,
del cigarro encendido,
de la televisión nocturna y sus comerciales burdos,
de mi cuarto y su habitante absurdo.

Es absurdo porque sí,
porque no sabe cómo salir de sí mismo,
absurdo por decisión, por juicio,
por necesidad de retracción, ridículo.

Pero sí fuera más sensible,
lo sabría porque soy yo,
si fuera otro me mentiría,
y quien mejor para mentirme que sólo yo.

Epidemia


La epidemia de la carne roja,
la carne cruda, jugosa y mosqueada,
la epidemia del genital vehemente;
vivimos en un a sádica jauría.

Los anhelantes bailes de cuarto,
las miradas que insultan moralidades,
esas que desnudan hasta las bragas;
vivimos en un mundo sincero.

Somos enfermos que juegan a estarlo,
somos y no estamos,
nuestra naturaleza es ser y no estar;
vivimos una parábola mancillada.

Nuestra enfermedad es querer,
querer destrozarnos las fauces,
querer desgraciarnos la vida a cogidas;
vivimos una enfermedad deliciosa.

Vale que somos listos,
hemos vivido enfermos, mancillados,
hemos sido sinceros y sádicos;
vivimos una epidemia de la lengua…

de la lengua en la vagina.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Deep Web: NUNCA MÁS


Me desperté en un lugar demasiado raro como para describirlo, parecía una casa antigua o un almacén, de igual manera tenía varios niveles que cruce con un miedo terrible. El nivel inferior, o planta baja si gustan, carecía de luz; se me había proporcionado una linterna la cual apareció en mis manos cuando desperté de mí descanso, seguramente inducido por algún sociópata. Continuó. Busque por alguna salida pero no encontré puerta ni ventana alguna, lo único que podía percibir con mis ojos eran cajas que decían “jeringas” en letras rojas y en mayúsculas. Un par de sofás rojos se divisaban en las esquinas. Estaba rodeado de las cajas. El miedo que sentí, ese miedo escalando por mi espalda era horrible. Palpé mi cuerpo para ver si tenía cicatrices o heridas pero no. Mi cuerpo estaba intacto, solo algunos moretones en mis piernas, me imagino que la persona o personas que me trajeron aquí me dejaron caer de alguna altura, por decir, sus brazos, que se yo hasta ahora. Alcance a ver las escaleras, oxidadas y sueltas. No resbalé ni caí.
De la planta baja subí al piso superior, éste tenía una iluminación tenue, les describo: no podía alcanzar a percibir mis pasos sin la linterna. Claro es que no la apagué. El nivel parecía estar abandonado, no había cajas, muebles mucho menos puertas, obvio, pero había una ventana que daba hacia un monte abandonado. Un monte oscuro, tétrico. Súbitamente, sentí que algo tocaba mi hombro, me sentí feliz y tranquilo cuando me di cuenta que era un cucaracho, demasiado grande si me preguntan. Me di cuenta que no era el único bicho que me cercaba, había ratas, más cucarachos, unas larvas de no sé qué y unos cuantos gusanos que se estiraba por las suelas de mis zapatos. Me senté en el piso a pensar, realmente no sabía dónde estaba ni cuánto tiempo había estado inconsciente. Lo raro es que recuerdo haber estado en casa. ¡Sí! estaba en casa, me emborraché pero estaba en casa. Alguien, quien fuera que sea, se metió a mi casa. Todo era tan raro y espeluznante. Caminé hacia la ventana que se encontraba a mi derecha y traté de identificar donde estaba, alguna fábrica, casa o calle que pudiera conocer y es cuando la vi, una persona vestida de rojo. Me asusté y retire la vista del tenebroso paisaje, cuando regresé la mirada, ya no se encontraba ahí. Es raro, me miraba con odio, por su vestimenta no lo pude reconocer. Usaba una túnica roja con un sombrero que solo dejaba ver su boca y su ojos. Sus ojos, esos ojos me carcomieron por dentro. Seguí al siguiente nivel con la esperanza de encontrar algo diferente que me pudiera ser familiar, algún retrato, lo que fuera. Pero no. Quisiera no haber ascendido al tercer piso.
El tercer piso era un pasillo lleno de luz, al final había una puerta de madera, color negro y con vistas doradas. Llegué a ella y la abrí con lo poco de esperanza que me quedaba. Lo que vi es algo que exterminó mi ilusión de salir vivo de ese maldito lugar.
Tres personas vestidas con túnicas negras y máscaras que solo permitían ver sus ojos. Cada una de ellas colocada en las paredes del cuarto. Una a mi derecha, una a mi izquierda y una enfrente de mí. El cuarto era color rojo y tenía retratos de varias personas, retratos viejos. En todos ellos las personas vestían ropa blanca y tenían los ojos abiertos, unas pinzas color plata les mantenían los párpados separados. Todos ellos tenían una mueca de dolor. De nuevo, todos aquellos parecían de un tiempo muy lejano, arcaico.
Los tres individuos parecían verdugos, se levantaron y empezaron a rezar, o lo que parecían rezos. Un lenguaje que nunca había escuchado, no era hebreo, ni latín, ni algún lenguaje antiguo que yo conociera. Después de aquello, uno de ellos se levantó de su silla y camino hacia mí, me dirigió hacia la derecha con su dedo índice y prosiguió a cortar la cabeza del individuo a mi izquierda, lo hizo con un machete oxidado, de un tajo y sin plegarias del otro individuo, la sangre brotaba por el cuello cercenado y yo estaba en shock, nunca había visto algo así, grite por un tiempo  y lloré por mucho más. No sabía lo que estaba pasando y tenía un miedo inexplicable. Hubiera querido morir en ese entonces. Me volvió a indicar la puerta derecha y tuve que seguir, no sabía si hacerlo o no, pero sabía que quedarme ahí no era una opción. Cuando crucé la puerta solo escuche cantos guturales. Mi cuerpo temblaba y mi cabeza no parecía permanecer sana.
Crucé el siguiente pasillo al que me llevó la puerta derecha del cuarto anterior y llegué a una cocina. Una mujer estaba desnuda, sufría de obesidad mórbida y estaba sentada en una silla de madera. Sus senos caían hasta sus rodillas y estaban llenos de sangre, sostenía el brazo de alguien en su mano izquierda, fue lo segundo que noté. Su cabeza estaba cubierta por una máscara negra, casi igual a las demás, su boca si estaba descubierta.
Me preguntó mi nacionalidad en perfecto inglés británico, conteste que era mexicano y que vivía en Monterrey, le pregunte la razón por la cual estaba ahí. No me contesto, dio un mordisco al brazo que sostenía y me dijo que estaba lejos de casa. 
Por todo el cuarto tenía miembros de ser humano. Cabezas, muslos, piernas, brazos, torsos. Devolví el estómago una vez y se hinco para sorber del vomito. Lo hizo un par de veces, me desnudó y me dio sexo oral; mi cabeza ya no estaba ahí. Ya estaba perdiendo la cordura. Eyaculé un par de veces y me dio la salida hacia otro pasillo.
Este estaba oscuro y yo desnudo; había soltado la linterna en el cuarto pasado. Escuchaba mi nombre en voces bajas, todas ellas muy bajas, apenas las percibía. No era mi nombre completo, pero mi nombre en sí. Crucé la última puerta, una roja con vistas negras y doradas. En la parte de en medio había un símbolo blanco que brillaba. Toqué la puerta y las voces se hicieron más profundas y cercanas. Miré hacia atrás y las dos personas que me habían visto en el tercer nivel me seguían. La mujer obesa estaba atrás de ellos, cantaba algo que nunca he podido descifrar. Las dos personas totalmente vestidas de negro estaban caminando con su cuerpo hacia el suelo haciendo un ángulo de 90 grados hacia el suelo. La mujer los azotaba con sus pechos. Llegaron a unos pasos de mí y regresaron casi corriendo al cuarto anterior. Crucé la puerta.
Era un cuarto lleno de lujos, había pinturas famosas, esculturas de antaño, fuentes de agua en medio del gigantesco salón y tecnología de punta.
Lo segundo que note fue a la persona vestida de rojo que me veía en segunda planta, comprendí que la planta baja era un sótano. Las cajas de jeringas tuvieron sentido y me dio un miedo incomprensible que sobrepasó todo lo que se conoce como sanidad.
El individuo rojo me tomó de la mano, sus mano tersa, cálida, hasta agradable.  Me llevó hacia una cama, parecía una cama quirúrgica, me besó las manos y las piernas. Me masturbo y perdí el conocimiento por un momento.
Desperté de nuevo. Todo se veía borroso, me sentía mareado y en un estado de euforia. Estaba atado a la cama quirúrgica. Volví a dormir.
La segunda vez que desperté estaba en el mismo cuarto, lo sé por las fuentes, las esculturas y pinturas alrededor, empero, era diferente. No sé cómo describirlo, aún me sentía adormilado. Se que era así.
Cuando recupere la conciencia me di cuenta de algo que me hizo llorar como nunca, el terror era inmenso, se volcaba por todo mí ser, no me dejaba pensar. Todo era una pesadilla, una de la nunca despertaría, una que se convirtió en realidad. Quería morir, ahí mismo, donde sea, no me importaba.
No tenía piernas ni brazos, los cortaron. Se los llevaron e hicieron de ellos no sé que. Solo tenía las suturas que recordaban un movimiento perpetuo que no volverá.
Lloré por semanas, mientras me recuperaba y me inyectaban e inyectaban e inyectaban. Las drogas que me suministraban me hicieron efecto. Ya no lloraba, ya no maldecía, ya no odiaba, ya no quería morir.
Cuando termino su trabajo, el nuevo yo, cortó mi pene y lo remplazó con una de mis manos. Mi trabajo es hacer entrevistas con la gorda mórbida, ahora soy feliz.
Todavía me hace sexo oral, pero ahora carece de mandíbula, lo cual me excita, el sentir de su piel floja y su labio superior me es más afable. Yo eyaculo por dentro. Nuestro amo me arregló de tal manera que cuando defeco, la mitad es estiércol y la otra mitad es semen.
No sabemos cuándo el amo deseé tener más trabajadores, pero espero que sean amigables. Todos nos llevamos bien aquí. Igual espero que sean blancos, la carne de los negros sabe agria.