La vida se vuelve monótona después de unos
pasos al precipicio, todo se vuelve gris, las palabras carecen de sentido, las
miradas no tienen dirección, no hay un propósito.
As redes sociales se vuelven en una
herramienta fiel a la anonimidad, el trabajo se convierte en cadenas que nos
atan a lo mismo de lo mismo. El poco a poco se convierte en mucho a mucho.
Leonel trabajaba en un banco, su puesto era
administrativo, revisaba las cuentas de los clientes para liberarles préstamos o
negarles una vida de posibilidades.
Todos sus días eran lo mismo: la visita al
gimnasio de las 6 de la mañana a las 7 y media de la misma, caminar hacia su
casa sin reparar en su derredor, bañarse inmóvil dejando caer el agua sobre el
pelo de su cabeza y su espalda alta, el traje negro con camisa blanca y la
corbata roja perfectamente colocada bajo los pliegues de su camisa y rozando su
manzana de Adán, el camino al banco, los extraños en su escritorio demandando dinero, la hora de comida, más extraños y formalidades, formatos, oficios, el regreso a casa en camión, los mismos paisajes
industriales y las mismas casas maltrechas de las colonias aledañas a su hogar, la cena prehorneada o precocida,
las mismas sábanas, las mismas páginas pornográficas, la misma sensación al
terminar en la taza del inodoro y el mismo rezo al mismo Dios.
Lo cíclico de su vida le estaba asesinando día a
día, sin embargo, él se portaba indiferente frente a los demás. Nadie sabía que
imaginaba cosas muy perturbantes durante su travesía diaria. Así es, Leonel era
un bomba de tiempo, ni él sabía cuándo iba a explotar, o implotar, que sería
más propicio.
Navegando por Internet, Leonel encontró
una dirección electrónica que satisfacía su máxima fantasía. La dirección web
se leía “lobedandhappy.com”. No, no
estaba mal escrito.
Al dar click en el vínculo a la página,
Leonel comprendió que no era un servicio fácil de recibir y, además, era muy
costoso. Demasiado costoso.
Pasaron alrededor de tres años; Leonel estaba
obsesionado con la página y entraba todos los días para asegurarse de que el
precio no hubiese aumentado. Nunca lo hizo.
Se volvió más retraído, más raro, más
gris. Sus colegas dejaron de saludarlo pues no recibían ni una mirada a cambio.
Su jefe trató de hacerlo entrar en razón, trató de convencerlo de participar en
el ambiente de trabajo pues, aunque no lo apreciaba, no lo podía despedir.
Verán, desde el descubrimiento de la página web, Leonel se convirtió en el
mejor empleado de la empresa, recibiendo así, clientes y más clientes; bonos y
más bonos.
Todo ese dinero iba a terminar en un frasco
que leía “lobedandhappy” y que
guardaba en un cajón bajo llave en la caja fuerte del mismo banco donde
trabajaba.
Después de tres largos, repetitivos y
fructíferos años, Leonel sostenía el monto suficiente para pagar el servicio de
su página adorada y el pasaje a las instalaciones de la empresa Lobedandhappy
Inc.
Hizo el trámite en línea. Lo atendió una
chica con acento europeo llamada Alissa. Leonel se enamoró de su voz, parecía
voz de radio.
La chica le dio la letra de la puerta del
aeropuerto donde la limusina con placas LAH0300 pasaría por él para llevarlo a
las instalaciones principales de la empresa.
Leonel partió un martes. Un lluvioso y triste martes.
Llegó a un aeropuerto en París e
inmediatamente buscó el número de la puerta que se le había asignado. Al
llegar, la limusina ya esperaba por él. El chófer salió y abrió la puerta
izquierda del vehículo, sin hablar le dio la señal a Leonel para que entrara y
se sintiera cómodo. Lo hizo.
Dentro de la limusina había varias botellas
de vinos finos. Se tomó tres copas. Se sentía un poco alcoholizado, soñado.
Nunca conoció las instalaciones, así que
cuando llegaron a un edificio alto y lujoso, se imaginó importante; casi
como se creía su jefe en la oficina principal, que bien pudiera haber ocupado
las dimensiones de una suite.
-¿Mr. Leonel Grenshaw?- le preguntó la
recepcionista, cuyo identificador leía “Alissa”.
-Yes, that’s me- sus palabras se atropellaban
de la emoción.
-Please, follow me to your room- Alissa salió
de su cubículo y lo encaminó hacia un pasillo de paredes blancas, impecables de
limpias. Leonel sólo prestaba atención a la falda ceñida y el trazo sútil de
las bragas bajo la falda de su guía.
-Here we are, room 6- le regalo una sonrisa sincera –one of our specalists
will be with you in about half an hour, ¿Do you need anything? Glass of wine,
cigarettes, you name it- de nuevo esa sonrisa angelical.
-No, everything is ok, I appreciate it- sonó algo nervioso y se
disculpó.
-No need to apologize Mr. Grenshaw, we appreciate your business. Excuse me- Alissa dio la media vuelta y se retiró. Leonel siguió sus piernas con los ojos hasta que se perdieron en la distancia.
Entró al cuarto, las paredes blancas lo
convencían de una limpieza metódica y generosa. No había mueble alguno, sólo
una silla revestida de cuero negro. Se sentó con naturaleza y cerró los ojos.
Pasó el tiempo y escuchó la puerta abrirse
lentamente.
-Mr. Grenshaw, nice to meet you- un hombre
robusto, alto y de pelo negro lo saludaba. Vestía un uniforme blanco, tapabocas de igual color y bata color azul cielo.
-This is going to be very fast, no pain ¿ok?-
-Ok... I’m so looking forward to this- Leonel
pintó una sonrisa como nunca antes vista en su rostro. Era feliz.
-You all are- el hombre bromeaba un poco.
Leonel cerró los ojos de nuevo, como al principio y se aferró al borde de la
silla de cuero negro.
-One, two, thr…-
Leonel ya no pertenecía a este mundo, ya era
feliz para siempre. Había alcanzado la máxima felicidad y nadie podía
quitársela. Leonel había sido lobotomizado. La sonrisa permanecía intacta,
inmaculada, perfecta.
Era tan insoportable la vida que llevaba, la
monotonía de la cual era víctima, que decidió optar por una vida donde todo era
igual, pero al menos no lo sabía. Al menos no lo tenía que vivir.
Una felicidad
absoluta dentro de una fantasía horrible.