Es difícil entender
tus miradas, parece que todas tienen un fin, un significado. A veces las
contemplo por horas o segundos y a veces se siente como si pasaran siglos.
Todo empezó un
viernes por la mañana, tú te vestías y preparabas a las niñas, todo a la misma
vez. Magia, siempre te lo dije. Después, el ya esperado grito de guerra: -¡Vámonos!-.
Linda y Mari se
limpiaban las lagañas de los ojos mientras tú descansabas en el asiento de
copiloto, yo aún me lavaba los dientes y recuerdo que hasta tuve que regresar a
nuestro cuarto para cambiar mi corbata. La pasta de dientes no combina con un
color rojo fuego.
Cuando subí al coche,
la note. Esa mirada. La primera. Esa mirada de cansancio, no cansancio de los
niños, el trabajo, la casa, los arreglos de navidad, los pagos de recibos, la
visita de tus padres, el perro de la vecina que no nos deja dormir; no, era un
cansancio diferente. Un cansancio de mí.
Llegamos al colegio
de las niñas, las besaste en la nariz y les dijiste que pasarías por ellas a
las 12:45 de la tarde, después irían a comprar comida china y nieve de menta
con chocolate, el favorito de Mari.
En el camino a tu
trabajo te bese dos veces, la primera en un rojo de semáforo y la segunda antes
que descendieras del carro. Ambas veces te sentí distante, fría y cuando
dijiste adiós me soltaste la segunda mirada. Una más recatada que la primera,
no tan expresiva pero que dolió un poco más. Una mirada de tristeza, tristeza
por los dos.
Daban las 12:30 de la
tarde en mi reloj, los documentos que esperaba aún no llegaban y mi secretaria
estaba pintando sus uñas de un color verde musgo. Su traje sastre era del mismo
horrendo color; mi corbata, tristemente, también. Así pasó el tiempo hasta las
dos de la tarde. Los chicos de la oficina pidieron comida china para comer; te
tuve tan presente en ese momento cuando me preguntaron si quería cerdo,
costilla o chop suey de pollo. Recordé tu dicción tan perfecta, desde que te
conocí te lo mencione y tú solo reíste y me dijiste "raro".
Dos horas después
llegan esos documentos, las firmas, los sellos, los gritos al teléfono cuando
me doy cuenta que están mal, las miradas entre mis colegas y mis lentes sobre
la mesa de juntas y mis dedos en las cienes. Otro día en la oficina.
Antes de mi hora de
salida las imagine por un rato, Mari mirando su cono de menta con chocolate,
Linda con su vasito de nieve de limón y tú con un vaso de nieve de nuez.
Siempre de nuez.
Quise correr hacia
ustedes, dejar atrás el saco, las corbatas y la tinta negra de mi bolígrafo, remendar
todas esas veces que no fui por las niñas al colegio y mirarte como hace 13
años. Mirarte como hace unas horas en la mañana. Mirarte como ya no me miras.
-El cliente nos verá
a las siete de la tarde en ese restaurante pedante. ¿No vas a llevar esa
corbata verdad?- me pregunta uno de los socios más importantes de la firma.
-No iré, hoy cumplo
años de casado con mi mujer-.
-Sabes que no puedo
dejarte faltar ¿verdad?- suelto un suspiro enfadado y le comienzo a explicar
las razones por las cuales no me necesitan ahí.
-El cliente te
aprecia, después de la campaña de hace dos años ¿quién no? Tienes que ir o no
lograremos su cuenta de nuevo-.
-Ya está decidido, no
iré. Díganle que estoy celebrando mi matrimonio, él es casado y ama a su
esposa. Lo entenderá-.
-Ok, pero ya sabes
quién no entenderá y el lunes te va a decir hasta de los que te vas a morir-.
-No es Nostradamus
¿sabes?- mi reloj dan las 6 de la tarde exactas y mi coche me espera en la
sombra del estacionamiento. Espacio 8G.
Cuando llego a la
casa me doy cuenta que no hay nadie. No se escucha Bob Esponja en la tele,
tampoco se escucha el motor de la licuadora, ni la voz de Mari cantando a la
par con el Justin Bieber ese.
Me serví un vaso
whiskey; hay un llamado a la puerta. Tus padres y han traído la cena.
-Pensé que llegarían
mañana- mi desconcierto es justificado.
-¡Pamplinas! quisimos
ver como está nuestra hija y esas dos bomboncitos de azúcar que son mis nietas-.
-Vaya Rosa, Gustavo;
hubiera sido mejor que nos avisarán-.
-¡Que locura! Sabemos
que nos extrañan, nosotros también-.
-Por supuesto, las
niñas los extrañan como locos y Alicia ni se diga, estuvo hablando de su visita
desde la semana pasada-.
-¿Y tú?-
-¿Yo? Bueno, lo que
pasa es que he estado muy ocupado y la verdad no había pensado mucho en la visi…-
-No te apures Ramiro,
ya estoy jubilado pero aún recuerdo lo que es trabajar- me interrumpe con una
palmada en el hombro y una sonrisa paternal.
-¿Dónde están mi hija
y mis nietas?-.
-No lo sé, no tengo
más de 15 minutos de haber llegado y pensé que habían salido al súper o algo
así. Verán, hoy cumplimos años de casados Alicia y yo-.
-¡Chingado! Cierto-
Don Gustavo se da un coscorrón, lo hace en gracia.
-¡Ese lenguaje
Gustavo! Hijo, que pena. Vamos a hacer esto: tú y Alicia se van por ahí a cenar
y si quieren quedarse en un hotel pues nos llaman-.
-¡Ándale Ramiro! Es
buena idea- me dice Don Gus.
-No sé, yo tengo que
pregun…-
-Alicia no dirá que
no- ahora me interrumpe ella, no lo hace con maldad.
Don Gustavo se sirve
un trago de whiskey y me platica como estuvo el viaje, la turbulencia que no
ocurrió en el avión y las largas piernas de la azafata. Doña Rosa prepara un café
con canela; la casa huele a ti por los domingos en la mañana.
Marqué a tu teléfono móvil
para descubrir que lo habías dejado en la recamara. Me imagine a nuestras hijas
discutiendo por cualquier cosa, la más mínima; y tú olvidando tu celular por
las prisas, el ruido y la lista de lo que comprarías en el súper.
Esperamos más de dos
horas hasta que alguien llamó a la puerta. No podías ser tú, no podías haber
olvidado las llaves también pues la casa estaba cerrada cuando llegué. Abrí la
puerta.
-¿Es usted Ramiro Vidales?-
un hombre uniformado, una patrulla de policía y un dictamen médico.
-Sí, yo soy ¿Qué pasó
oficial?- mis manos me tiemblan y tus padres están detrás de mí, sollozando.
-Señor Ramiro, su
esposa y dos hijas han sufrido un accidente automovilístico y necesitamos que
acuda al hospital General- me lo dijo con un nerviosismo que me hizo especular
las lesiones de mi familia.
-Claro, gracias-.
-¿Qué pasó Ramiro,
qué fue m’ijo?- entre lágrimas y sollozos me preguntaba Rosa.
-Nos tenemos que ir-
tomé las llaves del carro y sin darme cuenta ya estaba en el centro de
información del hospital.
-Alicia Vidales ¿en
qué cuarto está?-.
-201-.
-Gracias-.
Al llegar al cuarto noté
al Doctor a tu lado, parecía en paz.
-Doctor ¿qué pasó? ¿Cómo
está mi esposa?-.
-¿Sr. Vidales?-.
-Sí sí sí. Dígame-.
-Su esposa y dos hijas
estuvieron en un accidente de tráfico, los paramédicos nos dieron su
información mientras las trasladaban para acá. Vieron que tiene seguro con nosotros.
Ramiro, sus dos hijas están en operación, sus fracturas son mínimas pero
necesitan ser atendidas. Lamentablemente, su esposa no logro llegar aquí con
vida, tuvo una muerte inmediata. Lo siento, sé que es mucha información para
procesar, lo dejaré solo un momento. Si me necesita estaré afuera. De nuevo, Señor
Vidales, lo lamento mucho, hicimos todo a nuestro alcance, créame- sus palabras
son taladros en mi piel, vidrios rotos en mis corneas.
Me tomé un par de
minutos y salí para reunirme con el Doctor y preguntar por el estado de
nuestras hijas.
-Ellas están bien. La
cirugía es un procedimiento de rutina, no se alarme por ellas. Una de ellas, la
menor, se dislocó el tobillo izquierdo y se fracturó tres dedos de la mano izquierda.
La mayor, tuvo un par de rasguños en la frente y una costilla fracturada. Fueron
afortunadas, en serio-. Sus nuevas noticias me calman. Debo mantenerme fuerte
por ellas.
-Gracias Doctor,
muchas gracias-.
Ahora, sólo tengo que
esperar. La espera es un infierno, me muero un poco más con cada segundo que
pasa. Esta maldita sala de espera, su color azul, sus columnas color crema. Sus
asientos y las máquinas de café. Tus padres muertos de
dolor y yo muerto de miedo, de angustia.
Horas después me
informan que las niñas están a salvo, que la operación no tuvo contratiempo
alguno y que están listas para ser transportadas a la sala de cuidados
intensivos, que las tendrán ahí un par de días bajo observación y que pronto
las podré llevar a casa.
Ahí es cuando
recuerdo tu mirada, la tercera. En esa habitación de hospital. Una mirada de
paz, una mirada que me costó el mundo para afrontarla. Una mirada que no supe
olvidar.
Pasan las semanas y
la clama poco a poco se apodera de mi vida.
Nunca he sido una
persona religiosa pero creo que estás en el cielo. He rezado por ti un par de
veces y te he llorado un millón más. Linda y Mari me preguntan por ella. Hoy
les tendré que responder.
Me acerco a su
habitación a tientas, con ganas de no llegar, con ganas de que, de alguna
manera, tú llegues primero. Con ganas de cerrar los ojos y que todo esté bien.
Las niñas están
viendo la televisión. La apago y les digo que tengo que hablarles de ti. Me
miran con seriedad. Niñas de su edad no deberían tener esa seriedad, una
seriedad a secas. Linda cursa el primer grado y Mari tercer grado de primaria.
No deberían de conocer tal seriedad.
-Niñas, quiero
decirles porque mami no ha estado con nosotros estos días y probablemente no
vaya a regresar- mi voz se entrecorta y quiero llorar a mares.
-¿Por qué papi?- me
preguntan casi al unísono.
-Su mami es muy
bonita y buena y las quiere mucho ¿verdad?- les pregunto con una sonrisa y un
llanto escondido.
-Sí, bastante y te
quiere a ti y a mi abuelita y a mi abuelito y a mi maestra y mis tías y a…-
empiezo a llorar y Linda deja de hablar.
-Bueno, Diosito
quiere mucho a su mami, así como ella nos quiere a nosotros, y pues, Diosito
vino un día en la noche y le dijo a su mami que necesitaba gente muy buena en
el cielo- todo esto lo he dicho llorando, casi sin poder seguir hablando, con
ganas de gritar. -y su mami dijo que no nos podía dejar, ni a ustedes ni a mí,
entonces Diosito le dijo que no tenía que dejarnos, que ella sería nuestro
angelito y que nos iba a cuidar desde el cielo- hay lágrimas en las mejillas de
Mari y tengo que seguir -entonces su mami le dijo que si a Diosito, porque
Diosito necesitaba mucha ayuda en el cielo y su mami, como es tan buena y
cariñosa, era la única que le podía ayudar. Su mami nos va a cuidar por siempre
y nos va a mandar mucho amor y cariño desde el cielo. Es por eso que ya no va a
estar aquí en la casa, pero siempre va a estar con nosotros-.
Les doy un beso en la
frente a cada quien y las acompaño en su llanto.
Al día siguiente, me
despierta Linda y me dice que todo va a estar bien, que Diosito no puedo escoger
a alguien mejor y que está feliz de que seas un ángel. Mari me abraza y me dice
que la visitaste en un sueño y le dijiste que nos amabas. Fue ahí cuando la
reconocí, esa mirada. La cuarta. La vi reflejada en nuestras hijas mientras me
abrazaban. Esa mirada feliz, de nunca te olvidaré, de cariño y calidez, de
comprensión. Esa mirada de todo aquello que es hermoso. Esa mirada de nuestras
hijas, esa mirada tan tuya. Esa mirada de amor.
Te amo Alicia.