Sin buscarles chichis a las
culebras, podría decir que las muchachas de moral desatenta y los muchachos de
género disimulado son las rectoras y rectores de incontables vivencias históricas
que han embadurnado el prestigio de los frecuentes de “El Viborón”.
“El Viborón” siempre fue un
lugar de mala muerte y bellos renaceres, era una cantina de prestigio en una
colonia de renombre por su alta tasa de borrachos y putas. Estaba localizado en
una Avenida de mucha afluencia tanto de día como de noche.
En ese lugar la frase “andar
de putas” era igual de común que el apretón de nalga. Significaba andar de
buenas.
Una noche, el destino de un
par de amigos y el de su servil narrador, fue a parar en aquella micro ciudad
de tabúes cándidos y sobrenaturales. Andábamos a medios chiles pero con el
chile adentro del pantalón. Buscábamos algo nuevo y uno de mis coetáneos decidió
recurrir a esa mágica cantina.
Cuando llegamos, el lugar atiborrado
de seres jadeantes y enloquecidos por el son de la música de Gloria Trevi,
Miranda y La Quinta Avenida. Debí haber pasado mil espaldas cuando llegué a la
barra.
-Tres caguamas, por favor-
amachado a la fiesta y sin moral que esconder.
Cuando pagamos por los tragos
decidimos acercarnos al escenario, para nuestra sorpresa, una exhibición de travestis
se acercaba como barbacoa en domingo. Era inexorable.
Pasaron en fila, una detrás de
otra, tres canciones cada una. Primero “La Thalía”, seguida de “La Ninel” y
para que se enredaran los bigotes entre sí, “La Licha Villarreal”. La función,
lejos de terminar, apenas iba empezando. Calentando motores.
Luego de que las “chicas del
coro” bajaran del escenario, empezó el típico cántico de “gasolina, gasolina”…
quedamos petrificados.
Más de un docena de personas
subieron al escenario en busca de quien calmara el ardor en sus entrepiernas,
era una amalgama de personas tal así, que los géneros eran generalismos
innecesarios.
No todo era fiesta y aunque
nosotros la pasábamos bien, sin importar ni discriminar, a los lejos se escuchó
un reclamo: “¡Como dueño de mi atole, lo menearé con un palo!”. Se me heló la sangre pensando que nos iban a agarrar a
cachetadas y balazos. Pensé en salir de ahí pero la multitud era una pared
gigante de saliva y sudor, a nadie más parecía importarle la amenaza de aquel hombre
robusto, alto y más vaquero que los Marlboro en los 90´s.
Mi estrés fue en decremento
con la segunda caguama en mano. El show debe continuar.
Los cuerpos serpenteantes de
los que estaban en el escenario no dejaban de moverse, parecía una ilusión
óptica. Ya no había ni cabezas ni pies, eran una masa de lujuria desmedida.
Eran quimeras del sexo, eran botargas obscenas.
Saqué mi cámara para grabar la
utopía carnal que estaba frente a mis ojos. Reí y carcajeé mientras una de las
estrellas de la noche se violentaba el trasero con un envase de cerveza. Fue
todo muy pintoresco y surreal. De esas cosas que sólo ves cuando el porno “normal”
ya no es lo mismo.
El show terminó brevemente
después. Ahora, directo a la barra otra vez.
Bebimos una tercera caguama,
ya sin show frente a nuestros ojos y empezamos a dejarnos mover por el baile incesante
y paralelo que se llevaba a cabo dentro de la cantina.
Después de la tercera caguama nos
retiramos. Juramos volver a “El Viborón” nomás a darle chicharrón a la norma de
la buena conducta.