miércoles, 26 de febrero de 2014

"El Viborón"

Sin buscarles chichis a las culebras, podría decir que las muchachas de moral desatenta y los muchachos de género disimulado son las rectoras y rectores de incontables vivencias históricas que han embadurnado el prestigio de los frecuentes de “El Viborón”.
“El Viborón” siempre fue un lugar de mala muerte y bellos renaceres, era una cantina de prestigio en una colonia de renombre por su alta tasa de borrachos y putas. Estaba localizado en una Avenida de mucha afluencia tanto de día como de noche.
En ese lugar la frase “andar de putas” era igual de común que el apretón de nalga. Significaba andar de buenas.
Una noche, el destino de un par de amigos y el de su servil narrador, fue a parar en aquella micro ciudad de tabúes cándidos y sobrenaturales. Andábamos a medios chiles pero con el chile adentro del pantalón. Buscábamos algo nuevo y uno de mis coetáneos decidió recurrir a esa mágica cantina.
Cuando llegamos, el lugar atiborrado de seres jadeantes y enloquecidos por el son de la música de Gloria Trevi, Miranda y La Quinta Avenida. Debí haber pasado mil espaldas cuando llegué a la barra.
-Tres caguamas, por favor- amachado a la fiesta y sin moral que esconder.
Cuando pagamos por los tragos decidimos acercarnos al escenario, para nuestra sorpresa, una exhibición de travestis se acercaba como barbacoa en domingo. Era inexorable.
Pasaron en fila, una detrás de otra, tres canciones cada una. Primero “La Thalía”, seguida de “La Ninel” y para que se enredaran los bigotes entre sí, “La Licha Villarreal”. La función, lejos de terminar, apenas iba empezando. Calentando motores.
Luego de que las “chicas del coro” bajaran del escenario, empezó el típico cántico de “gasolina, gasolina”… quedamos petrificados.
Más de un docena de personas subieron al escenario en busca de quien calmara el ardor en sus entrepiernas, era una amalgama de personas tal así, que los géneros eran generalismos innecesarios.
No todo era fiesta y aunque nosotros la pasábamos bien, sin importar ni discriminar, a los lejos se escuchó un reclamo: “¡Como dueño de mi atole, lo menearé con un palo!”. Se me heló  la sangre pensando que nos iban a agarrar a cachetadas y balazos. Pensé en salir de ahí pero la multitud era una pared gigante de saliva y sudor, a nadie más parecía importarle la amenaza de aquel hombre robusto, alto y más vaquero que los Marlboro en los 90´s.
Mi estrés fue en decremento con la segunda caguama en mano. El show debe continuar.
Los cuerpos serpenteantes de los que estaban en el escenario no dejaban de moverse, parecía una ilusión óptica. Ya no había ni cabezas ni pies, eran una masa de lujuria desmedida. Eran quimeras del sexo, eran botargas obscenas.
Saqué mi cámara para grabar la utopía carnal que estaba frente a mis ojos. Reí y carcajeé mientras una de las estrellas de la noche se violentaba el trasero con un envase de cerveza. Fue todo muy pintoresco y surreal. De esas cosas que sólo ves cuando el porno “normal” ya no es lo mismo.
El show terminó brevemente después. Ahora, directo a la barra otra vez.
Bebimos una tercera caguama, ya sin show frente a nuestros ojos y empezamos a dejarnos mover por el baile incesante y paralelo que se llevaba a cabo dentro de la cantina.
Después de la tercera caguama nos retiramos. Juramos volver a “El Viborón” nomás a darle chicharrón a la norma de la buena conducta.


martes, 4 de febrero de 2014

Libertad.



Qué es la libertad
sino un par de pantaletas sucias,
un libro sin portada
o la antesala de un putero, tal vez.

¿Libertad?
la libertad esta en los tacones,
en las miradas retozonas
en el cuarto 219 de algún hotel.

Libertad es hedonismo,
placer ahora y aquí,
mañana será mañana
y el fetiche quizá sea otro.

Libertad es amarte,
empezar de nuevo,
beber hasta que amanezca
y pensar que todo fue un sueño.