miércoles, 11 de febrero de 2015

Call Center

En algún momento de mi vida desconocía los call centers. Sabía que podía llamar a algún lugar a que solucionaran mi problema de telefonía o de televisión satelital, pero nunca imagine que llegaría a ser parte de la vida en la jungla del teléfono. Antes de que vinieran las mafias de los part-timers, los full timers y los Avayas wannabe. Esta es la historia de cómo un call center arruino cierta parte de mi vida.

Todo aquel que haya trabajado en un call center sabe de antemano que es dinero fácil, si se lo ve a objetivo; sin embargo los viejos lobos del océano telefónico saben bien que es solo un oasis en medio del desierto del Aux7. Es una tranza, una vil falacia. Pero, si bien es cierto, la comodidad de un trabajo en el cual te encuentras bajo el clima central de una oficina, en el confort de una silla y sin tener que hacer esfuerzo físico alguno, es una buena idea cuando te pasas el relajante training por el arco del triunfo.

Los primeras semanas son fáciles, asistes a conocer, platicar, escanear y en ocasiones hasta te vas de borracho con los nuevos camaradas. Bajas a escuchar como los representantes mendigan una llamada de supervisor con la esperanza que el cliente espere casi una hora del otro lado del teléfono, solo porque no puede obtener HBO gratis por tercera ocasión en el año. O peor aún, porque otro rep andaba de buenas y lo mando a chingar a su madre con esperanzas falsas y una sonrisa entre nalga y nalga. En fin, no es tu problema, piensas al principio y hasta te burlas, tiempo después, del poco aventurado que recibió la llamada del infierno.

Pasan las semanas y ahora si te topas con la pared, una hermosísima pared construida ladrillo por ladrillo, uno arriba de otro, pegados entre sí por la amalgama de mezcla y una que otra alma de un iluso que quiso salir corriendo en medio de la multitud, arrancándose los cabellos mientras platicaba con un tal Manuel-In, que claro que por supuesto que no existía. No era bonito tener que llegar a tu estación y tener que recordar las 1265.83 cuentas y contraseñas que iban a ser de tu vida un infomercial, o sea, la respuesta para el peor de tus males. En realidad, te estaban mandando al ruedo con un letrero de FUCK  YOU en la espalda.

Entra la primera llamada, estas solo, estas nervioso, el cliente habla, “Alo”, es un paisa, te alivianas pero sudas un poco porque no recuerdas la contraseña del sistema que abre la cuenta, ni la de sistema que abre la cuenta verificada, ni la del sistema que abre la concha de su madre, ni la del sistema que te pide su correo, su número de seguro social, el número que tiene en la cuenta, el número de su vecina la golfa. No recuerdas nada. Estas en blanco. Estás perdido en la selva y los supervisores te van a devorar, ya sienten tu miedo. “Alo”, sigue el cliente hablando por teléfono, contestas con una frase que vomitas de manera rítmica: - “Gracias por llamar a tal compañía, le habla Fulano, ¿en qué le puedo ayudar en este glorioso día en el cual todo es bonito y existen los  gatos en el internet?”-

(FLASHBACK, les juro que casi casi quieren que así contestemos las llamadas)

El cliente te dice: -“oye no me llego el bill, ¿me echas esa vaina pa’ atrás? Tu contestas: -“que por donde”-. -“La vaina, pa´atrás”-.
Y te bañas en aguas de María y dices: -“no le puedo echar eso por ningún lado, disculpe señor, creo que está llamando a la compañía incorrecta”-.  Cuelgas el teléfono y sonríes. Ya pasó, ya se fue. Pero tu aun estas en la jungla, espesa niebla corre sobre las mamparas, los maullidos y esos ruidos predadores se perciben entre las filas y filas de presas con auriculares. Tu supervisor se asoma por encima de las computadoras, huele tu confianza a sabiendas que bajaras la guardia y lanzará su feedback como colmillos directo a la yugular.

-“¿Por qué colgaste la llamada?”- y vuelves a sudar frío, sientes la humedad corriendo por tu frente, tu garganta se seca, las piernas languidecen, la voz se entrecorta. “Este, este, este…” te das por vencido y contestas, “no supe que hacer”. Te escondes en lo oscuro del rincón entre la computadora y la Avaya Nuestra que estás en el Site, santificado sea tu timbre. Te preguntas que haces ahí y como puedes salvarte de la jungla y sus corredores movedizos.


Tu supervisor se reduce a tu altura y te aclara: -“la vaina es como decir la cosa, eso, el objeto; echarla pá atrás significa que se lo pases de nuevo, que se lo vuelvas a mandar; habiendo dicho esto, el cliente quería que le mandaras una copia de la factura”-. Sientes las risas, burlas y hasta insultos de tus co-presas. Y sigues en llamada, una nueva, en la cual el cliente te pide que lo transfieras a “Cancelaciones”.